Mientras discutimos sobre los chats de Hermosilla o el sueldo de Marcela Cubillos, los resultados de la última encuesta CEP nos aterrizan. Lo importante y preocupante es tan evidente que todo lo demás parece una cortina de humo.
Las noticias económicas son decepcionantes. El último Imacec augura un crecimiento de alrededor del 2,5% para este año. Entre tanto, la caprichosa “permisología” sigue ahuyentando a inversionistas grandes, medianos y chicos. La impotencia es abrumadora: invertir y construir en el Chile de hoy es incierto y casi heroico. No sorprende que en la encuesta CEP un 55% piense que el país está “estancado” y un 29%, “en decadencia”.
Pero la seguridad sigue siendo la principal preocupación. En esta encuesta la violencia y el narcotráfico saltan a niveles que no habíamos visto. Ante la pregunta “cuáles son los 3 problemas a los que debería dedicar mayor esfuerzo en solucionar el Gobierno”, la delincuencia se mantiene en un 57%, pero en solo dos meses el narcotráfico aumenta de 22% a 33% y la violencia de 9% a 16%. En cambio, salud baja de 34% a 28%, inmigración de 22% a 18% y vivienda de 12% a 8%. Ante la estampida de la violencia y el narcotráfico, estos problemas ya no son tan acuciantes: la seguridad ha desplazado los derechos y las obligaciones más básicas.
Este clamor se manifiesta con más fuerza cuando se les pregunta a los chilenos por “los temas prioritarios para un alcalde”. Combatir la delincuencia salta de 50% en 2016 a 69%. La tragedia de la seguridad también se refleja en la confianza en las instituciones. Los chilenos buscan algún refugio, alguna esperanza. En solo dos meses el cambio ha sido sorprendente. En la última encuesta, de agosto-septiembre, un 59% confía en la PDI (53% en la encuesta anterior, de junio-julio), 57% en Carabineros (52% en la anterior) y 45% en las radios (38% en la anterior). Estos tres aumentos tan significativos son otro grito de desesperación. Y su interpretación es simple: la angustia nos lleva a buscar protección en las fuerzas policiales e información en las radios. ¿Quién no ha sufrido o visto algún episodio de delincuencia?
Bajo este amargo desamparo, la democracia liberal también sufre. Tradicionalmente la mayoría de los chilenos ha preferido la democracia a cualquier otra forma de gobierno. En esta última encuesta esa mayoría se perdió: solo un 47% prefiere la democracia (52% hace dos meses), a un 31% “le da lo mismo un régimen democrático o autoritario” (antes 27%) y un 17% prefiere “en algunas circunstancias un régimen autoritario” (15% en la medición anterior). Además, un histórico 73% clama por “orden público y seguridad ciudadana”, por sobre solo un 9% que privilegia las “libertades públicas y privadas”. Todo esto es un alarmante germen que alimenta el entusiasmo populista.
Como consecuencia del estallido social, la violencia y el narcotráfico han hecho de las suyas. Y bajo el velo del autoengaño, aparece una suerte de remordimiento colectivo: si en diciembre de 2019 un 55% apoyaba las manifestaciones de octubre de ese año, en esta encuesta solo un 23% dice que las apoyó. Por si fuera poco, la mitad de los chilenos cree que el estallido fue “malo o muy malo”.
Para terminar con una cuota de optimismo, pese a todos los cantos de sirena octubristas, los principios liberales se fortalecen: un 80% valora el trabajo duro y un 79% el esfuerzo individual. Además, un 73% de los chilenos están muy satisfechos con su propia vida, un 77% “satisfechos o muy satisfechos” con el lugar donde viven, un 88% con su pareja, un 93% con sus hijos y un 75% con su trabajo. Y si observamos una importante revaloración de la familia, también se respira mayor tolerancia y apertura en lo valórico. En fin, un 67% cree en el “mal de ojo”, pero solo un 35% en los milagros. Vaya realidad política y económica. (El Mercurio)
Leonidas Montes