Los muros como techné de la diferencia

Los muros como techné de la diferencia

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Harto se ha escrito sobre el Muro de Berlín a propósito de los 35 años de su desaparición. La efeméride ha servido para denostar a la RDA y las razones que tuvo el régimen imperante en aquel país para construirlo. Se ha rasgado vestiduras a raudales opinando sobre su naturaleza. Se ha recordado a las víctimas, especialmente a aquellos jóvenes muertos al tratar de huir.

Aunque el muro de Berlín es, por cierto, símbolo de ignominia (el líder socialdemócrata y excanciller Willy Brandt lo bautizó como muro de la vergüenza, Schandmauer), sus críticos suelen olvidar cosas harto relevantes. Primero, que no era el único existente en aquellos años. Y tampoco será el último. Incluso, en estos momentos, hay 75 muros que separan ciudades, naciones o países enteros. En total suman más de 40 mil kms. Segundo, que también se dejan en el olvido otros quince en construcción. Los países de la Unión Europea han construido desde 1989 a la fecha más de mil kms. de nuevos muros, equivalente a seis veces el de Berlín. Si se habla de Schengen, la extensión suma el doble. Tercero, que el Presidente Trump ampliará la valla existente con México, a la cual el admirado Barack Obama añadió una importante cantidad. Cuarto, que en la actualidad, admiradas sociedades de bienestar, como la finlandesa, están poniendo una valla gigante a lo largo de su frontera con Rusia; estará lista en 2027 y tendrá 200 kms. Y, finalmente, que la democrática España tiene varios, y de grandes proporciones, en Ceuta (de 8 kms. y 10 metros de altura) y en Melilla (11 kms. y 3 metros de altura) para impedir estampidas migratorias.

A la hora de admitir esta realidad, los defensores de estos muros en las democracias liberales las justifican diciendo que los instalan para impedir el ingreso de indeseables y que el de Berlín era para impedir las salidas. O sea, un asunto moral.

El argumento se hace difícil de sostener al asumir la finalidad de ambos: impedir la movilidad de seres humanos. Por lo tanto, si el muro de Berlín era moralmente inaceptable, los otros también debieran serlo. La discrepancia lleva a un punto muy central. La instalación de muros poco o nada tiene que ver con cuestiones morales. Corresponden simplemente a una herramienta de las relaciones internacionales. Es la denominada securitización de las fronteras. Ya los romanos tenían su fossa regia.

Por lo tanto, el muro de Berlín representa más bien un asunto emblemático, que ilustra un contexto específico. Ayuda a explicar el sentido de la Guerra Fría. Unos buscaban sociedades abiertas, otros preferían esquemas herméticos. Sin embargo, la humanidad está ingresando a un nuevo tipo de Guerra Fría (entre EE.UU. y China) y a conflictos híbridos en varios puntos del planeta. Inevitablemente surgirán nuevos símbolos. ¿Serán muros altamente tecnificados aquellos símbolos?

Mirado a 35 años de la demolición del muro de Berlín, las lecciones son otras. Se respira allí ahora una gran felicidad ambiental. Sin duda. Pero el muro, ahora invisible, pervive.

Los resultados electorales de hace algunos meses en Alemania, más la debacle de la coalición gobernante (compuesta por socialdemócratas, verdes y liberales), llamada Ampel (semáforo), por los colores de cada uno de sus tres integrantes, sugieren que las aguas subterráneas propias de la Primera Guerra Fría mantienen olas y oscilaciones, aunque distintas a las que se ve en la superficie.

Sólo ahora, varias décadas después de haber caído el Muro, en la parte occidental de Alemania comienza un murmullo nada soterrado acerca de la naturaleza real del proceso iniciado en 1989.

En realidad, a muy pocos años de haberse producido la unificación, Uwe Steimle, conocido artista sajón de un género alemán llamado Kabarett, y que algo se asemeja al stand-up, produjo una palabra clave para el actual período, Ostalgie. Es un neologismo a partir de nostalgia y Ost (oriente). La palabra se popularizó a niveles inimaginables. Por ejemplo, el automóvil característico de la RDA, el Trabant, se convirtió en objeto de culto. Surgió toda una memorabilia. Como siempre, los mercados se adaptaron rápidamente y la tendencia alcanzó incluso el merchandising turístico.

Alemania occidental lo tomó como una curiosidad inesperada. Muy pocos invitaron a razonar sobre lo que ocurría realmente. Poco a poco, el espíritu que deambulaba por los territorios de la antigua RDA empezó a llegar la política y ahora exhibe una fuerza inaudita. El principal partido nacionalista, Alternativa para Alemania, se ha hecho extraordinariamente fuerte en los cinco Länder que se corresponden con la antigua RDA. Incluso un partido de izquierda, la Alianza Sarah Wagenknecht, ha concitado un arrastre electoral sorpresivo.

Lo interesante es que ninguno de esos partidos levanta banderas por una resurrección de la RDA. Simplemente han conectado, y de manera transversal, con las particularidades que tienen las sociedades surgidas en aquellos cinco Länder.

Los últimos resultados electorales en la parte oriental de Alemania no dejan espacio a las dudas. El tic-tac del reloj político y social allí marcha claramente a una velocidad distinta de la parte occidental. Y aunque no se divisa -necesariamente por ahora- una bifurcación política irremontable -es decir, que tomen una dirección distinta u opuesta- la alerta ya parece instalada.

Superado el tema físico de la existencia del Muro, es decir alcanzada la libertad, emergieron asuntos que hablan de un sustento histórico bastante diferenciado. Un sustento mixto que va más atrás de la Guerra Fría. Allí está el pasado antiguo, o sea la historia de prusianos y sajones. Y, desde luego, el pasado reciente, que no es otro que el de la RDA.

Hay en la población germanooriental una abierta disconformidad con la versión triunfalista predominante en Occidente, en orden a que los 16 millones de habitantes de la RDA constituyen un bando derrotado, sumiso, gris en el alma y dispuesto a cualquier cosa con tal de seguir la senda victoriosa de la Alemania Federal.

El historiador Gerd Dietrich escribió hace pocos años una obra muy maciza, en tres tomos, donde examina de forma bastante precisa y documentada lo que era la sociedad germanooriental y la diferenciación en tamaño micro respecto al régimen. En La Vida Cultural de la RDA (Vandenhoeck & Ruprecht, 2019), entrega múltiples antecedentes sobre la cotidianeidad y especialmente sobre la relativa autonomía alcanzada por aquella sociedad respecto al régimen comunista. Dietrich destaca la vitalidad sorprendentemente perdurable de aquellos intersticios descubiertos lentamente por una población inmersa en un régimen totalitario.

A 35 años de la caída del Muro, las especificidades han alcanzado la superficie, y de forma tan masiva, que se han instalado en la agenda política del país. Por ejemplo, los habitantes de la Alemania oriental no están para nada de acuerdo con el apoyo a Zelensky en Ucrania ni con las sanciones aplicadas a Rusia. Tampoco hay un apoyo explícito a la visión geopolítica de la OTAN. Estos son los aspectos centrales reflejados en las últimas elecciones regionales. Y fue de manera tan contundente, que no sólo tienen por estos días en ascuas la formación de un nuevo gobierno, sino que han abierto un signo de interrogación sobre el futuro.

Por último, es imposible no examinar el significado del Muro sin mencionar brevemente a Peter Fechter, el gran ícono, asesinado en 1962. Su figura juvenil ha trascendido a diversas expresiones artísticas, no sólo en Alemania. Hace algunas semanas se produjo aquí, en la prensa local, un absurdo debate acerca de la posible asociación entre el fracasado intento de huida de Fechter y el tema de la canción Libre, que fuera tomada como símbolo por el gobierno militar en Chile. Unos aseguran que J.L. Armenteros y P. Herreros, los autores, se inspiraron en el salto mortal, a través de las alambradas de Checkpoint Charlie, dado por este joven de apenas 18 años de edad. Sectores de izquierda rebaten la versión.

Fue absurdo, pues ni los autores ni el intérprete, Nino Bravo, están vivos como para terciar en esta discusión. Tampoco se conocen antecedentes fidedignos en una u otra dirección. La canción fue compuesta en 1972, o sea aún durante el franquismo. Ello permite elucubrar que Armenteros y Herreros (de públicas simpatías con la izquierda española), prefirieron echar a volar la imaginación con otras experiencias para escribir sus canciones y evitar costos absolutamente imaginables. En realidad, es del todo curioso que la canción parta hablando de la edad del protagonista (“tiene casi 20 años y ya está cansado de soñar…”) y luego hable de alambradas. Basta averiguar la edad de Fechter y luego ver fotos y videos de la época, cuando es ultimado, para concluir que la acción se desarrolla efectivamente en medio de alambradas. Por otro lado, todo puede responder a una muy extraña coincidencia. Las inspiraciones artísticas a veces son insondables. Lo indesmentible es que las molestias de asociar la juvenil víctima del Muro con dicha canción tienen un trasfondo ideológico. La melodía y letra terminaron siendo una oda al gobierno militar chileno. (El Líbero)

Iván Witker