Chile ha arribado a un estado de mediocridad que ha convertido en mera quimera el sueño de alcanzar el umbral de país desarrollado que, todavía quince años atrás, parecía posible. Aún resuena el eco de las palabras de los presidentes Lagos y Piñera señalando que, de seguir la ruta que llevaba, el país podría llegar a situarse en un futuro próximo entre aquellos que componen ese grupo privilegiado. ¿Qué queda de esa fundada esperanza? Poco o nada ¿Se atrevería alguien sensato a decir hoy algo semejante? Definitivamente no.
Es cierto que el desarrollo que se mentaba era, principalmente, económico. No obstante, asociado a él, se entendía que se lograrían reducir en forma significativa no sólo la pobreza extrema, sino que también las carencias aún existentes en diversos ámbitos de la vida social. El tránsito a ese esperado nuevo estatus nacional no aconteció. ¿Qué pasó durante la última década, o más, que ayude a explicar esa expectativa frustrada? Resulta imprescindible contar con un buen diagnóstico de lo ocurrido para poder bosquejar un posible camino de recuperación que, además, permita resituar a Chile en la senda del progreso perdida. Análisis que requiere dejar de lado lugares comunes que de tanto ser repetidos, han terminado por echar raíces y ser creídos. Algunas preguntas han de ser necesariamente (re)formuladas, para ensayar respuestas verdaderas, evitando eslóganes. No se trata de negar realidades, menos siendo ellas relevantes, sino que ubicarlas en su lugar preciso dentro de un contexto integrador. En caso contrario, el desvarío seguirá resultando inevitable.
Cabría cuestionar, por ejemplo, si la desigualdad es auténticamente el principal problema de la sociedad chilena, como en la práctica se ha estado considerando. De ser así, o no, se siguen múltiples consecuencias. Si efectivamente se tratase de la dimensión crucial, habría que dilucidar qué tipo de desigualdad sería la más acuciante o nociva y cómo encaminar al país hacia su reducción, intentando que mejoren todos y no tomando el camino fácil de equiparar hacia abajo. Aparejadamente, no podría ser soslayada la cuestión de si, en nombre de la búsqueda de igualdad, resulta posible hipotecar o desdeñar el afán por crecimiento económico o agigantar el Estado. En fin, asociada a la cuestión de las deficiencias a superar y, por lo tanto, de los grandes objetivos a perseguir, está la de los medios más apropiados para su obtención.
Un punto esencial: el elenco de dimensiones que deben ser consideradas, requiere levantar la mirada más allá de los aspectos económico-sociales más evidentes, obviamente sin desatenderlos. Los desafíos que enfrenta la nación guardan estrecha relación, entre otras, con las dimensiones cultural, educacional y familiar que la configuran; estas últimas han experimentado un enorme cambio, a veces para peor, al tiempo que arrastran falencias endémicas.
Romper la inercia de la mediocridad imperante obliga a hacer algo claramente distinto a lo que se viene realizando, partiendo por efectuar un buen diagnóstico de sus causas. (El Líbero)
Álvaro Pezoa