Puesto ya el foco en las elecciones del año próximo, reaparece en variados ambientes el consabido clamor. ¡Que se una la derecha! ¡Que se unan los del Rechazo!
La petición suena razonable, porque dicen que en las democracias los que juntan más votos ganan las elecciones. Pero lo que corresponde preguntarse es si se trata solo de la unidad para el momento electoral, o si hay otras dimensiones, previas y posteriores, que conviene tener en cuenta. O, dicho de otra manera, ¿importa solo la efímera papeleta o hay otros papeles que conviene analizar?
Es evidente que los votos se suman de a uno y no hay distinción alguna entre las rayitas que prefirieron a un determinado candidato. Ahí la unidad pasa por un cuello de botella. O marcas o no marcas. Punto.
Pero, antes de hacerlo —faltan solo meses, eso sí—, corresponde mirar para atrás y ver si son compatibles las trayectorias de los posibles miembros de la eventual unión. Porque los partidos y sus líderes tienen historias, y si unos y otros incluso han estado en el gobierno, esas historias son muy importantes para saber con quién se podría llegar a compartir una nueva administración. No se forma una sociedad comercial sino desde la confianza mutua en las trayectorias previas. Con mayor razón si se trata de gobernar al país.
Mirar para atrás, analizar las experiencias, que se supone que para eso valoramos mucho la historia.
Y pensar para adelante. Ya nadie lee los programas, decía un entrevistado reciente. Pero ese no es el punto. Lo que importa es si los que los redactan, los piensan. Por supuesto que lo hacen, y al buscar la unidad, no cabe duda que los borradores de los diversos grupos que quieren converger suman coincidencias y, por supuesto, revelan serias divergencias.
Veamos tres ejemplos.
Uno. Los partidos grandes de una coalición deberán proponer una reforma al Congreso que deje fuera a los chicos. Por supuesto, los miembros más pequeños de la eventual coalición harán uso del derecho de veto a esa propuesta, amenazando con romper la posible unidad. ¿Se puede obviar una cuestión como esa —en aras de la unidad— y, por lo tanto, no tratarla? No. Sería un autoengaño.
Dos. Habrá también quienes, camino de la unidad, insistan en la importancia prioritaria de recuperar la seguridad y especifiquen las medidas para lograrlo; al lado, otros que también le dan prioridad, desgraciadamente, arriscarán la nariz porque les parecerá que se corren riesgos grandes. ¿Qué se hace? ¿Se eliminan las cinco medidas más eficientes —en aras de la unidad— y se desarticula el plan?
Y tres. Se sientan a hablar de la vida y de la familia, se arma la pelotera y se descubre que la deseada unidad, en algo tan medular, no existía.
Eso con los programas. Y también mirando para adelante, qué importantes son los equipos. La unidad de una coalición implica también una cierta simetría en las capacidades humanas que puedan aportar unos y otros al proyecto común. Los partidos se estudian unos a otros y saben dónde hay y dónde no.
Por eso, lo sensato es que en la primera vuelta presidencial corran al menos dos proyectos, sin desgastarse en la búsqueda de una unidad que, llegado el momento de la segunda vuelta, el mejor posicionado tendrá todo el derecho de requerir… en la marca de las rayitas.
Ante estas prevenciones, suele aparecer una reacción, solo reacción, ya que para argumento no da.
Se dice que las izquierdas siempre pasan por encima de todas las razones anteriores, que se unen y que ganan. Bien, pero, primero, no es cierto que siempre ganen y, segundo, no es conveniente poner de modelo justamente el comportamiento que se pretende desterrar: acceder al poder por el puro y simple gozo en el ejercicio del poder. Esa unidad es perversa. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas