Chile cierra el 2024 enfrentando un panorama que exige análisis y autocrítica. El balance del 2024 es más que un diagnóstico, es una advertencia y los conceptos del año pueden ser una pista.
Escándalos: La palabra clave. Los coletazos del caso Fundaciones cuestionaron, una vez más, la transparencia en el uso de recursos públicos, mientras que el “Caso Hermosilla” puso en evidencia cómo el abuso de poder y la impunidad erosionan la igualdad ante la ley. Por otro lado, la destitución de miembros de la Corte Suprema mostró los riesgos de la interferencia política en el poder judicial y, las graves acusaciones contra Manuel Monsalve, cuestionaron el uso indebido de privilegios. En conjunto, estos casos revelaron la preocupante precariedad de nuestros estándares éticos, que parecen haberse reducido a evitar lo penalmente reprochable, y la necesidad de ajustes legales y estructurales a nuestras instituciones.
Educación: La prueba TIMSS reveló un severo retroceso en matemáticas, profundizando las brechas entre niños y niñas y dejando a Chile por debajo del promedio internacional. En 2019, el 30% de quienes rendían la prueba en 8° básico se ubicaban en el nivel de rendimiento más bajo, el 2023 llegó a 43%. Los resultados muestran que hemos retrocedido 12 años en los logros de aprendizaje. Este rezago educativo, sumado a los bajos niveles de competencias en adultos según la OCDE, subraya un problema estructural. Con cambios profundos en la calidad de la formación escolar, las competencias docentes y programas sólidos de capacitación, Chile puede recuperar terreno y avanzar hacia un sistema competitivo.
Crecimiento: No hay plata, así de simple. El crecimiento económico de 2024 alcanzó apenas un 2,3%, reflejando un estancamiento crónico. Las causas son claras: baja productividad laboral, educación deficiente, exceso de burocracia entre otros. La incertidumbre política y la debilidad institucional también han socavado la confianza necesaria para atraer inversión. Chile debe potenciar sus recursos naturales de forma sostenible, siguiendo ejemplos como el de Nueva Zelanda, acogiendo la inversión, simplificando procesos y creando incentivos.
Desconfianza: Según Cadem, solo el 10% evalúa positivamente al Poder Judicial, mientras que un 77% cree que no asegura igualdad ante la ley. Lo mismo ocurre con el Congreso, evaluado en todas las encuestas con un porcentaje que ronda el 1%. En un contexto donde el desencanto se traduce en apatía, urge reconstruir la credibilidad institucional como base para un desarrollo sostenible.
Reformas: Durante el 2024, el debate sobre la reforma del sistema político y de pensiones ha sido intenso, pero los avances mínimos. Por un lado, se reivindican los buenos acuerdos, que no comprometen valores, y representan un triunfo colectivo para el país. Por otro, emergen discursos que se limitan a generalidades y surgen propuestas que refuerzan una lógica del todo o nada. Curiosamente, mientras algunos declaran estar cansados del “acuerdismo” y de las reprimendas, no dudan en descalificar al otro como cobarde, traidor o carente de convicciones.
El 2025 debe ser el año de las respuestas, de definir el plan de desarrollo que nos oriente. Y como mucho se ha hablado de metáforas de viaje, sumemos una más. Un país no se trata de un auto con un único conductor sino de un bus lleno de pasajeros con prioridades diversas. El GPS no puede estar fijo en un punto inamovible, ni apagado para que cada quien tome su propio rumbo. A veces, incluso, será necesario “recalcular” sin perder de vista el destino. Lo que es claro es que no podemos seguir discutiendo en el estacionamiento mientras el resto avanza.
María José Naudon
Decana de la Escuela de Gobierno de la UAI.