Morir de éxito

Morir de éxito

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Jay Gatsby, en la obra de Scott Fitzgerald, dedica su vida a crearse a sí mismo como un personaje de gran éxito social y material para obtener el amor de la frívola Daisy. Y tanto éxito tiene en la creación de ese personaje que éste lo llega a dominar a él, hasta provocar su trágico fin. Rodolfo Usigli escribió en México la obra de teatro El gesticulador, en la que un mediocre y empobrecido profesor llamado César Rubio, se sabe homónimo de un revolucionario y adopta su identidad convirtiéndose en el héroe de su pequeño pueblo. Tanto éxito tiene en esa transformación que el personaje creado termina dominándolo a él y a su familia. El drama se hace presente cuando el profesor César Rubio es víctima de un asesinato cuya víctima real debía ser el revolucionario César Rubio.

Son personajes literarios, claro. Sin embargo, la realidad no es menos pródiga en situaciones de ese tipo. La más cercana a nosotros en estos días podría ser la de Johannes Kaiser, quien está a punto de morir de éxito sin saber cómo escapar a ese desdichado fin.

Los hermanos Kaiser conforman un equipo temible. Nada tontos y con una personalidad arrolladora, son devotos de un liberalismo que haría parecer como un zurdo cualquiera al mismísimo Adam Smith. En una suerte de división familiar del trabajo, los dos hermanos intelectuales y académicos asumieron funciones propias de su condición de tales, mientras dejaban al hermano ni intelectual ni académico a cargo de la primera línea de fuego. Ese hermano es Johannes que, luego de un período más bien aventurero en las austríacas tierras de sus antepasados, recaló en Chile dispuesto a quebrar lanzas o lo que fuese menester quebrar para exponer y ojalá imponer las ideas que ellos, los hermanos, llaman libertarias.

Sus hermanos lo acompañan y respaldan, claro está. Johannes es el presidente del partido que están creando y que han llamado Partido Nacional Libertario, del cual su hermano y su hermana son los ideólogos oficiales. Aseguran que están a punto de lograr el registro legal y no hay razón para no creerles pues, sin tener todavía ese registro, ya cuentan con cinco diputados (uno de ellos el propio Johannes).

En esos empeños estaban cuando se encontraron con el fenómeno político que protagoniza desde hace algún tiempo Javier Milei en la vecina Argentina. Conocerlo los hermanos y hacer suya su causa y su estilo, fue una sola cosa. El hermano intelectual terminó por convertirse en una suerte de consejero áulico del Mandatario argentino, el cual no escatima elogios cada vez que se refiere a su consejero chileno. Y Johannes se inspiró en el Presidente argentino para crear un personaje que se le parece mucho, aunque quizás lo haya perfeccionado. Así, por ejemplo, a la franqueza rayana en lo deslenguado del Presidente trasandino, Johannes ha agregado condimentos criollos que se hacen presentes cuando emite opiniones sobre los derechos de las mujeres, de la comunidad gay (él no los llama así), de los ateos, de los judíos, de los inmigrantes y de otros desdichados que caen bajo su severa mirada.

No he tenido acceso a los documentos en los que haya quedado plasmada la estrategia a seguir por el partido -si es que decidieron dejarla por escrito- pero puedo intuir los objetivos estratégicos. No es difícil. Se desprenden, entre otras, de las declaraciones de su secretario general, Juan Antonio Urzúa, que en reciente entrevista afirmó: “Nuestros exponentes del partido, por ejemplo, nuestro presidente Johannes Kaiser, Vanessa Kaiser o aquellas personas que nos apoyan como Axel Kaiser… están conscientes del enfrentamiento cultural al que está sometido occidente”. Eso del enfrentamiento cultural es una idea del Presidente de nuestro vecino país y recientemente nos lo enrostró a los chilenos su ministro de Economía Luis Caputo, que nos acusó de haber sido derrotados en ese enfrentamiento. Pero la guerra no ha terminado y ahora los hermanos Kaiser y su partido en creación se aprestan a guiarnos hacia la victoria final.

Premunidos así de un estilo y de una circunstancia, se aventaron a la lid suprema. A la grande de verdad: la presidencial de noviembre próximo. Naturalmente el candidato es Johannes, aunque por un tiempo se divulgó la especie de que iba a ser el hermano. Es igual, son intercambiables. Y no era que se tratara en serio de llegar hasta el final con la candidatura. Ésta era necesaria para crecer lo suficiente como para convertirse en un verdadero riesgo para las otras dos vertientes de la oposición (Chile Vamos y Republicanos). Digamos que crecer lo suficiente como para que en calidad de tercera alternativa pusieran en riesgo la posibilidad de cualquiera de esas otras dos de pasar a segunda vuelta en la elección presidencial y así forzar un buen acuerdo electoral con ellas, una retirada digna, quizás mediante una primaria con cualquiera de las dos o incluso con las dos. Algo que permitiera a Johannes un cupo senatorial y a sus seguidores una buena representación parlamentaria. Desde esa posición en cuatro años más -pueden haber pensado los estrategas- habrían de ser ellos los principales en la elección presidencial.

Pero lo han hecho tan bien (o quizás es que en la derecha chilena los duros como Johannes tienen más seguidores de lo que se piensa), que el recio Johannes de rústico hablar ha terminado por superar en las encuestas al angelical José Antonio del dulce decir. Ahora es él el que amaga a Evelyn Matthei como expresión de la derecha y no Republicanos. Es a él a quien están dispuestos a seguir quienes se declaren decididos a llegar hasta el final en el enfrentamiento cultural aquel.

Y, así, Johannes, de tanto éxito que ha tenido en su empeño, como Jay Gatsby y César Rubio está a punto de perderlo todo. Porque a quien ha adoptado el papel de recio y duro, de paladín chileno en el enfrentamiento cultural en el que se encuentra envuelto occidente y ha logrado agrupar tantas preferencias en torno de ello, no le corresponde abandonar la lucha a la mitad del camino. No puede negociar. No puede transarlo todo por un cupo senatorial. Ahora tiene que honrar esa imagen que él mismo creó: tiene que llegar hasta el final. Luchar como el rudo que dice ser en contra de ambos, de Kast y de Matthei. Pero -y lo más probable es que él mismo lo sepa- no será él quien gane la presidencia y al final de esa batalla tampoco habrá una senaduría esperándolo: no habrá nada. En suma, su propio éxito lo habrá matado.

Pero también es posible que yo esté haciendo literatura y que la realidad me muestre cuan cruda puede llegar a ser. Quizás el duro Johannes esté dispuesto a dialogar, a llegar a acuerdos; quizás acepte que éste no es su momento presidencial, sino uno parlamentario; quizás…

Y, así, morir de éxito será algo que sólo ocurre en la literatura. (El Lïbero)

Álvaro Briones