En el antiguo juego aquel de las 10 diferencias, se animaba al lector para que en un dibujito encontrara bigotes de más y arrugas de menos. El desafío a veces es muy rebuscado, pero en otros casos resulta muy sencillo.
Por ejemplo, es fácil si se quiere hacer la comparación entre Bachelet y Lagos, desde que un día de agosto de 2015 Ricardo Lagos Escobar decidió que podía revestirse de presidente, usar el podio y ocupar de nuevo La Moneda. Lo hizo como bombero anciano en el funeral de un joven e inexperto mártir, utilizando su retórica y sus medallas.
Su visita a palacio fue una viñeta para que busquemos las diferencias. Por eso, aquí van las 10 más obvias entre Lagos y Bachelet.
A Lagos -lo han dicho ellos mismos- los empresarios lo aman; de Bachelet, los emprendedores desconfían, recelan.
Ella no está en palacio, prefiere hablar en el extranjero, en ese mundo tan parecido al país del Nunca Jamás; él entra a La Moneda como a su casa, habla y se siente a gusto, sobre todo si ella no está.
Bachelet ningunea a la DC, porque sabe que el partido la necesita más a ella que la presidenta a los de Pizarro; a los demos, Lagos los adula, les coquetea, les demuestra que los necesita.
La presidenta insiste en que hay que llevar las reformas a fondo; el ex presidente habla de gradualidad, contradiciéndola frontalmente, sin matices… sin gradualidad.
Lagos afirma que ama a Chile y que hará todo para que salga adelante (aunque se sospecha que solo se ama a sí mismo); Bachelet afirma que el modelo que tiene en su cabeza es la República «Democrática» alemana.
La izquierda más dura respalda a Bachelet porque es una madre autoritaria, pero conquistable; la izquierda más dura abomina de Lagos, porque es un padre autoritario e indomable.
Bachelet es una mujer sesgada por mirar a la izquierda; Lagos es un hombre operado de cataratas, mirando a la derecha.
Los dos citan a Allende, pero Lagos conoció de cerca su frivolidad política y personal; Bachelet, un personaje insustancial en los 70, lo mira a la distancia y lo idolatra por pura debilidad infantil.
El ex presidente sabe exactamente lo que quiere para hoy, para mañana y para pasado mañana, aunque ni usted ni yo lo sepamos; la presidenta sabe exactamente lo que quiere hoy, que es distinto de lo de ayer y diferente de lo de mañana y obviamente es imposible saber en qué consiste.
A ella la derecha la tiene entre ceja y ceja y a él, en una de esas, la derecha le cierra el ojito.
De las diez diferencias enunciadas -quizás podrían encontrarse otras diez en una segunda revisión-, esta última es la más preocupante.
Ricardo Lagos, con su calculada visita a palacio, ha hecho más por la oposición al gobierno concertacionista-comunista que todo lo intentado por la Alianza en dieciocho meses. Lagos ha hablado en La Moneda como el líder de una oposición que es al mismo tiempo parte del Gobierno -la DC y ciertos socialistas- y que también está integrada por esa clase media chilena que hizo tiqui-tiqui con Bachelet, pero que hoy rezuma furia por sus desaciertos y le ha quitado su apoyo.
Si Ricardo Lagos quiere llegar a La Moneda de nuevo por solo dos años ante una eventual renuncia presidencial en marzo del 2016, o si pretende hacerlo en el 2018 por un período completo, es cuestión que solo los tarotistas se atreverían a vaticinar. Pero que quiere, quiere.
¿Y con quiénes quiere? ¿Con la izquierda dura, que lo detesta? ¿Solo con la DC, que lo venera, pero que no cuenta con mayorías? Nada más significativo que el modo en que Lagos terminó su entrevista del sábado pasado, sugiriendo que no volverá a La Moneda «en brazos de los partidos de la derecha».
¿A quién sino al que conoce bien las debilidades de la derecha podría ocurrírsele algo así?