Era esperable. El documental “Chicago Boys” es sesgado aunque levemente, más sutil que lo que podría haberse uno imaginado. Si lo hubiesen dirigido Naomi Klein o Juan Gabriel Valdés -para qué decir los dos juntos- seguro que habría sido cine de terror: “shocking” de principio a fin. Así y todo, hay resabios de que el film está pensado interesadamente, siendo sus directores nada neutros. Como cuando dan a entender, aunque solapadamente, que el golpe del 73 se habría hecho para imponer “El Ladrillo”, tesis que no resiste análisis por lo monocausal y simplista. Obvio que burdo el juego: uno pone una imagen de La Moneda en llamas y hace aparecer a Friedman, Harberger, Kissinger, Nixon, Agustín Edwards y a Pinochet, en cierta contigüidad de montaje, y al tacho nomás con las sutilezas.
Paradójicamente, sin embargo, quienes más contribuyen al sesgo son los mismos “Chicago boys” entrevistados. Insisten en defender el “modelo neoliberal” sin en ningún momento referirse al capitalismo. De hecho, no recuerdo haberles oído hablar ni una vez en el documental de capitalismo, supongo porque es menos ortodoxo que el neoliberalismo. Gracias a su flexibilidad y adaptación es que ha sobrevivido (pensemos en el aporte que en su momento le significó Keynes o el Estado de Bienestar). Pero no, a los “Chicago boys” les gusta aparecer duros, estilo John Wayne en “True Grit” (“Temple de acero”). Ellos no serían “políticos” sino “técnicos”, “cero ideológicos” (y eso que ni Ricardo Ffrench-Davis se salva, aunque se posicionara al revés de sus excompañeros de universidad). “La clase media está fabulosa” sale diciendo otro entrevistado (cito de memoria) produciendo risas en la sala de cine, agravado el efecto al no mostrar, ni uno de ellos, preocupación alguna por la desigualdad.
Ernesto Fontaine es el más duro, y aun cuando suena brutal, al menos nadie puede decir que no sea honesto: dice las cosas tal como las veía sin filtros. Lo cual, en tanto testimonio, se agradece, se compartan o no sus radicales puntos de vista. Otros en cambio, insisten que, siendo ministros durante la dictadura, nunca supieron de los abusos a los derechos humanos. Esto o no es creíble, o no convencen, y los documentalistas se encargan rápidamente de dejarlos en evidencia. Lo mismo pasa con la famosa cita de Milton Friedman desplegada en una banderola durante una reunión de “Chicago Boys” en Chile: “Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en lugar de por sus resultados”. Al camarógrafo no se le escapa. En efecto, capta la frase y, luego, en la sala de montaje los directores se encargan de añadir de inmediato imágenes de las movilizaciones masivas del año 2011 como diciendo: “he ahí sus resultados”.
El documental vale la pena (el material de archivo sin duda) pero hay que andarse con cuidado. El tema merece algo más que un documental. Quien crea que esto es historia pura y casta corre riesgos de equivocarse. Esta película no es apta para ingenuos, cualquiera el tinte.