En las últimas semanas, los “inmigrantes” se han tomado la agenda política. Distintos candidatos presidenciales han expuesto sus opiniones sobre cuál debería ser la política migratoria de cara al futuro. Entre dimes y diretes, sin embargo, no se han tenido en cuenta los aspectos realmente importantes y que deberían marcar la pauta en este debate.
Ante todo, la inmigración no es un fenómeno nuevo. Pese a que nunca ha sido masiva —según la Encuesta CASEN 2015, el 2,7% de los habitantes de Chile son inmigrantes, aumentando gradualmente durante los últimos años—, ha significado una apertura histórica hacia otras formas de entender la vida en sociedad, las cuales nos han permitido enriquecer las propias costumbres, junto con rescatar los aspectos positivos de cada grupo de extranjeros que llega al país.
Es cierto que la ley de migraciones —que data de 1975— necesita una reforma urgente. El gobierno de la Presidenta Bachelet, nuevamente, ha llegado tarde, sin dar las explicaciones debidas para el caso, en una temática que no es, ni ha sido, una prioridad para el Ejecutivo. Pero la retórica con la que se ha enfrentado el debate —algunos incluso han vinculado la inmigración con la delincuencia, cuando la proporción de chilenos e inmigrantes privados de libertad es la misma— es altamente dañina.
En primer lugar, la acogida a otro ser humano que viene en busca de oportunidades a nuestro país no puede estar sujeta a condiciones ni a miramientos de raza ni color. La calidad moral de nuestro país se mide en cómo acogemos a los más débiles y es contradictorio afirmar el valor de toda vida humana al mismo tiempo que se hace oídos sordos a la realidad tan precaria de muchos migrantes.
Además, para quienes buscan resultados concretos, la inmigración por sí misma puede ser vista como una oportunidad para el país de acogida (como el caso de Chile), porque contribuye a dinamizar la economía, en forma contraria a los mitos que giran en torno a ella. Por ejemplo, los inmigrantes, sin importar el país de procedencia, tienen una tendencia histórica al emprendimiento (un 30,2% de los inmigrantes trabaja como emprendedores, frente a un 11,6% de emprendimiento de los chilenos, según cifras de Extranjería). Y esto no significa que los inmigrantes le están “quitando” los puestos de trabajos al resto de los chilenos. De hecho, un reciente estudio de Clapes UC que analiza el empleo inmigrante en Chile, es enfático en señalar, de acuerdo a la mejor evidencia internacional, que una parte importante de éstos se ocupa en puestos de trabajo que los chilenos no están dispuestos a llenar. En un país que camina hacia el envejecimiento de la población, con tasas de fecundidad que no alcanzan a superar las de reemplazo (1,9 frente a 2,1 hijos), los inmigrantes son un aporte importante para la fuerza laboral.
Desde IdeaPaís publicamos el año pasado un informe social que explica la importancia de tomarse en serio la inmigración en Chile, no desde discursos que atemorizan o crean falsos chivos expiatorios, sino desde la realidad. Es lógico que Chile, un país que tiene un ingreso per cápita superior a varios países vecinos, sea un centro de atención para numerosos migrantes que buscan trabajar y asegurarse una mejor calidad de vida. De nosotros depende cuán provechosa pueda ser esta oportunidad de sumar a los desafíos de nuestro país a todos quienes quieran colaborar honestamente, demostrando, de paso, cuánto queremos al “amigo cuando es forastero”.
Antonio Correa, director ejecutivo IdeaPaís