La interpretación que afirma que la derrota de Ricardo Lagos es el derrumbe de un supuesto proyecto histórico de la izquierda chilena, el proyecto de la conducción gradual de la modernización capitalista hacia mayores niveles de igualdad, es una interpretación propia de un dramatismo patético, que solo El Mercurio se lo puede conceder, en su éxtasis editorial, a quien mejor está dispuesto a representar ese papel lírico de sociólogo agonista: el rector de la UDP, Carlos Peña.
Se nos vino un tsunami de destemplados análisis –sí, destemplados– en la amplia trenza de poder que el laguismo tiene y mantiene en todos los medios de comunicación nacionales. El tono apocalíptico primó. Fue como si el mazazo de realidad que sufrió el supuesto macho alfa de la izquierda chilena no lo hubiesen visto venir. Se hicieron un festín con el mesías muerto: fue su viernes santo.
El Mercurio, en cuanto principal caja de reverberación del conservadurismo chileno, se hizo el pino en su editorial, fastidiando a sus lectores cotidianos con un lenguaje zalamero y empalagoso: que la iniciativa de Lagos poseía contornos republicanos, que el pobre quería reivindicar el sentido de la política, que se había puesto cual mártir al servicio de sus nobles ideas y militancia, que lo de él había sido un intento de rescate, que su norte era una nueva fase creíble de la centroizquierda chilena y –nada más y nada menos– que su proyecto era insuflar nuevos contenidos de valor a la socialdemocracia. No exagero.
Se encargó de teorizar en torno no solo al despostado viejo animal político que fue Lagos, sino en torno a toda la izquierda nacional, atrapada –según él– en un buenismo sin sentido de realidad o en un pragmatismo de pura pulsión animal o en un marasmo de contenido light. Esta izquierda nacional inmadura y adolescente fue la que terminó por despostar a la izquierda –obviamente– sabia y biempensante, la izquierda que acepta y quiso enrielar lo que él llama, de un tiempo a esta parte, “modernización capitalista”.
El rector Peña, en todo caso, es un maestro para comprar acciones de estos próceres de tercera vía a la baja. Ahí están en la UDP José Joaquín Brunner y Ernesto Ottone, o ahí está Cristián Cox, la eminencia gris de esa modernización que se llamó reforma educacional chilena. Y ahí está ahora Lagos, Ricardo Lagos Escobar, el ex Presidente que termina sus días de gloria llenándose del consuelo que solo una derrota moral puede edulcorar de triunfo, al mismo tiempo, moral: para la historia y bendecido además por El Mercurio y su pontífice de moda, Carlos Peña.
Lo que Peña llama mañosamente “modernización capitalista”, se llama en realidad neoliberalismo. Lo hace para escamotear el verdadero problema que ello contrae. Mientras él y esos socialdemócratas de tercera, enquistados en la universidad del rector, no comprendan que sus modernizaciones fueron ajustes neoliberales a favor de la radicalización de un modelo de desigualdad, seguirán siendo lo que el columnista más comentado de la plaza encarna hoy por hoy a la perfección: el heraldo negro de la izquierda chilena. (El Mostrador)
Jaime Retamal