En estos días la Democracia Cristiana deberá tomar decisiones que determinarán su futuro. El punto de partida son dos hechos básicos: su declive electoral progresivo (pasó del 30% en 1989 al 13% en 2016) y sus crecientes divergencias programáticas y políticas internas y con otras fuerzas de la actual coalición de gobierno. Para algunos en la DC la permanencia en una alianza de centroizquierda terminaría por poner en cuestión su identidad de centro y explicaría el declive. Pero no llegan a proponer una alianza de gobierno y parlamentaria con la derecha, lo que dividiría al partido. Y tampoco una estrategia de camino propio, que luce inconducente. En esa indefinición, el sector conservador de la DC se ha permitido una conducta de oposición al gobierno del que forma parte y a aspectos clave del programa presidencial que firmó, provocándole una pérdida de coherencia y un desgate a la actual administración. Además, ésta ha abundado en problemas variados de enfoque de política y de gestión, especialmente gracias a una conducción económica que tiene al país al borde de una recesión evitable que sí ha contado con el apoyo de los conservadores DC.
La “oposición desde dentro” es probablemente un factor de aceleración de la declinación del PDC mucho mayor que la ausencia supuesta de un perfil de centro. De ser un factor de articulación que se supone es propio del centro político, ha pasado a ser un factor de irritación, bloqueo y conflicto recurrente en la coalición y en la acción de gobierno, en un contexto en que el país enfrenta temas institucionales, económicos y sociales que no debe seguir esquivando. Pero es muy posible que lo más importante en la declinación DC sean sus indefiniciones y contradicciones programáticas internas.
Van algunos ejemplos. ¿La educación escolar debe mantener la segregación y el lucro subsidiado o eliminarlo a la brevedad? ¿Debe volver a ser gratuita –sin copagos- hoy o el 2050? Los que creen que la escuela debe ser un lugar público de integración piensan distinto que los que tienen intereses creados en la educación privada subsidiada y buscan preservar espacios de negocio o trabajan para cadenas privadas de escuelas.
¿La educación superior estatal debe ser reconstruida y expandida en plazos breves desde el actual 15% de la matrícula (una de las más bajas del mundo) o bien debe mantenerse el predominio de universidades privadas y entidades técnicas de dudosa calidad, que desvían ingresos con fines de lucro para sus dueños y no forman a los profesionales y técnicos de acuerdo a alguna idea del desarrollo futuro y de su espacio de desempeño en él? Las respuestas son muy diferentes en los DC que defienden la educación pública, que son muchos, o en los que ocupan cargos directivos en universidades privadas, algunas de bolsillo, que de paso pretenden sean financiadas por todos los chilenos.
¿El país debe mantener una especialización productiva basada en la depredación de sus recursos naturales o diversificarse y expandir el 0,4% del PIB de gasto en investigación y desarrollo a cifras mucho mayores para apostar por nuevos sectores productivos estratégicos innovadores y de producción limpia? Los que en la DC piensan que el Estado debe tener una estrategia de desarrollo activa –y algunos lo formulan brillantemente- no postulan lo mismo que los que tienen un pensamiento económico liberal o bien intereses en alguna gran empresa.
¿El país debe mantener una seguridad social de mercado, que no garantiza niveles básicos de estabilidad y bienestar a la mayoría, o bien construir a paso firme un orden económico-social como el de la Alemania de Merkel, con negociación colectiva por rama, sindicatos fuertes, sistema de reparto en las pensiones y seguros de salud solidarios, construido por Konrad Adenauer cuando Alemania tenía un PIB por habitante bastante inferior al de 24 mil dólares por habitante anual promedio del Chile de hoy? Las respuestas en la DC son nuevamente muy heterogéneas. Y así sucesivamente en múltiples asuntos públicos.
Y si de identidad se trata, en la DC y la llamada centroizquierda pocos parecen acordarse de la reforma agraria, de la sindicalización campesina, de la mayor protección ante el despido, de la expansión acelerada de la escuela pública, del impuesto al patrimonio y de la chilenización del cobre de Frei Montalva, todas causas progresistas que parecen sulfurosas a los ojos de los hoy conservadores que antes las abrazaron o criticaron por tímidas. Así evolucionan para algunos las identidades.
Visto desde fuera, no parece ser un dilema pertinente para la DC una “vuelta al centro” como alternativa a un supuesto destino de subordinación a la izquierda gubernamental. Esta está, por lo demás, bastante dividida, es en promedio más que moderada y está mucho más a la derecha que, por ejemplo, Bernie Sanders en Estados Unidos (lo que nos llevó a algunos, dicho sea de paso, a romper con ella por su renuncia a promover el cambio social y sus relaciones inaceptables con la gran empresa). El dilema efectivo para la DC, y para el resto de las fuerzas políticas del centro y la izquierda -lo que determinará alejamientos y/o acercamientos futuros- es ponerse o no en el centro de los problemas que aquejan a la mayoría social. Y hacer en consecuencia en profundidad las reformas indispensables o bien permanecer al servicio de los intereses creados al amparo de una dictadura que abrió la puerta al abuso empresarial y a la restauración de las oligarquías tradicionales. Pero que fueron cautelados más tarde al amparo de la mantención indebida de un modelo liberal-rentista con rasgos de progreso social, que en un libro ya antiguo llamé modelo híbrido, y que permitió por un tiempo crecer pero que dio curso a la postre –por la derrota de los que postulábamos un cambio de estructuras- a la concentración aguda del capital, la expansión progresiva de un capitalismo subsidiado en los servicios sociales y una depredación generalizada del entorno natural.
Que este dilema –vuelta a un centro imaginario y en realidad a una alianza con fuerzas de derecha o bien ponerse en el centro de los problemas de la mayoría- se resuelva en una primaria o en una primera vuelta presidencial, parece ser un tema secundario. Lo importante es la clarificación política y programática para volver a acercar a la ciudadanía común a un sistema político democrático basado en la deliberación sobre problemas y soluciones y no en el cálculo de alianzas por conveniencia. A ello deberá además ayudar una diversificación de la oferta política con las nuevas alternativas emergentes, que están llamadas a acelerar su tranco y mostrar sus propuestas programáticas. (La Tercera)
Gonzalo Martner