El destacado constitucionalista argentino Roberto Gargarella viene insistiendo, desde hace un buen tiempo, en la necesidad que nuestros debates constitucionales no se concentren exclusivamente en el capítulo de los derechos. Nos invita, entonces, a prestar más atención a lo que él llama la “sala de máquinas” de la Constitución, esto es, al conjunto de reglas y mecanismos que rigen a los órganos representativos y a su relación con la ciudadanía. Coincidiendo con su invitación, habría que mirar con simpatía la moción que presentaron la semana pasada los senadores Allamand, Harboe, Larraín, Montes y Zaldívar, y que en sus palabras, permitiría “avanzar en forma gradual hacia el régimen semipresidencial”. Por un lado, se autoriza a los Presidentes de la República a entregar al ministro del Interior la presidencia del Consejo de Ministros, quedando éste encargado de dirigir y coordinar la labor de los demás ministros y las relaciones del gobierno con el Congreso Nacional. Por otra parte, se faculta a los parlamentarios en ejercicio para que puedan asumir como ministros de Estado sin tener que renunciar a su escaño. De esta manera, y mientras sirvan como Secretarios de Estado, ellos serían subrogados en el Parlamento por un parlamentario provisional designado por el partido respectivo. En el momento de perder su condición de ministro, el parlamentario en receso vuelve a ocupar su escaño y el suplente se va para la casa.
Quiero comenzar destacando que este proyecto convoque a parlamentarios de distintos partidos. Este tipo de iniciativas apunta en la dirección de construir las grandes mayorías que se necesitan para el cambio constitucional. Valoro en segundo lugar el propósito que persiguen los patrocinantes del proyecto. A mí, como a ellos, me parece altamente inconveniente el hiper presidencialismo de nuestra Constitución. Cualquier persona interesada en fortalecer al Congreso tiene que prestar atención al diagnóstico de cinco senadores que están sin duda entre nuestros mejores parlamentarios.
No obstante, la verdad es que el proyecto me parece altamente deficiente. Desde un punto de vista técnico, es imposible pretender que un ministro “dirija” y “coordine” a los demás ministros (y además lleve la relación con el Congreso) sin que se le concedan explícitamente algunas de las atribuciones que la Carta Fundamental le concede de manera exclusiva al Presidente. En este sentido, al proyecto tiene el defecto de crear un jefe sin facultades. Por otra parte, me parece algo paradojal que se pretenda fortalecer al Parlamento por la vía de hacer más fácil el tránsito desde el Congreso al Ejecutivo y viceversa. Eso, que puede tener todo el sentido del mundo en los sistemas parlamentarios, solo sirve para debilitar una institución que, en el contexto nacional, está llamada a ser contrapeso crítico y colegislador autónomo.
Las dificultades en el terreno de la coordinación gubernamental son, probablemente, una parte del problema constitucional chileno. Mi convicción, sin embargo, es que lo que Chile realmente necesita es una profundización de la democracia, un mayor equilibrio en materia de derechos, un fortalecimiento efectivo del Congreso y una genuina descentralización. Eso se llama Nueva Constitución. (La Tercera)
Patricio Zapata