Salvo el PR, que proclamó a Alejandro Guillier porque era, según Ernesto Velasco, “nuestro Pedro Aguirre Cerda del siglo XXI”, los otros partidos que adhirieron (PS, PC y PPD) lo hicieron porque, según dijeron, era un candidato “competitivo”. ¿Qué significaba? Pues, que era un rostro de la TV, de sonrisa fácil, instalado en las encuestas, dispuesto a sacarse fotos con la gente. Competitivo no es lo mismo que competente para ejercer la Presidencia, pero ese fue un detalle para los líderes partidarios. Lo importante era ganar la elección y conservar los puestos públicos. Después se vería cómo gobernar, y eso se arregla con asesores.
La candidatura de Guillier -zigzagueante en casi todo-, subió como la espuma y bajó igual. No era lo que esperaban Velasco, Elizalde, Teillier y Navarrete, preocupados además por la suerte de sus propias candidaturas parlamentarias ahora que el viento no sopla a favor. Es un poco risible que sus partidos se muestren desconcertados y molestos por el estilo del candidato. No deberían sorprenderse tanto. Guillier ha estado diciendo todo este tiempo que él no es político, que es un candidato ciudadano, horizontal, independiente, regionalista, antielites. ¡Y además es del siglo XXI! ¿Qué más quieren?
Estamos frente al síntoma de una patología política que ha originado grandes desastres en muchos lugares: es la idea de que se puede “vender” cualquier candidato a los electores. ¡Lo peor es que está demostrado que sí se puede! Son numerosos los ejemplos de líderes prefabricados que han llegado al poder. Pablo Halpern dijo el domingo 16 en El Mercurio que las campañas electorales “están más cerca de un concurso de popularidad que de otra cosa”. Por desgracia, esa es la tendencia, terreno propicio para toda clase de oportunismos. El problema es que votamos para elegir gobernantes, y las consecuencias de elegir mal suelen ser desastrosas.
La Constitución pide requisitos mínimos para postular a la Presidencia. No se requiere presentar un certificado de solvencia para el cargo. Pero los ciudadanos tenemos que exigir más: integridad, nivel intelectual y cultural compatible con la función, visión de Estado, determinación para defender el interés nacional, y ciertamente inteligencia política, esencial para gobernar con buen criterio. Por cierto que nadie reúne todas las cualidades, pero hay que asegurar que se cumplan las esenciales, en primer lugar la honestidad, por lo cual los partidos no pueden ser desaprensivos.
Llevar al poder, por ejemplo, a alguien que no identifica los límites éticos implica socavar las instituciones desde dentro. Los casos de los exgobernantes procesados en Perú, Brasil y Argentina son aleccionadores.
Cualquiera puede ser Presidente, pero debemos procurar que no cualquiera llegue a serlo. Tenemos que elevar las exigencias, por nuestro propio bien. El sufragio universal no tiene por qué derivar en una tómbola. Es indispensable que el régimen democrático se asocie con buen gobierno y con gobernantes calificados moral y políticamente. (La Tercera)
Sergio Muñoz