En 1994, Bill Gates lanzó una predicción que parecía muy futurista: los bancos, con sus sucursales, cheques y dinero mayoritariamente físico, iban a desaparecer para dar paso a la banca en línea y a distancia, junto a la masificación de la moneda virtual.
Gates tenía razón e incluso se quedó corto.
El siglo XXI es el siglo de los datos y hoy, el impresionante cambio tecnológico, la digitalización de los servicios financieros, la masificación de los datos y de su capacidad de procesamiento a bajo costo permite la emergencia de nuevos actores, haciendo que los bancos sean menos necesarios. Que compitan redundaría en beneficio para personas y empresas, particularmente para las pymes, pero eso requiere que la regulación lo permita y lo promueva. Por eso es necesario avanzar hacia un esquema de “Banca Abierta”, en que los bancos abran los datos de sus clientes, siempre con el consentimiento de estos, en pos de inyectar más competencia en beneficio de las personas.
Si a uno le preguntan cuál es la esencia del negocio de un banco, probablemente responderíamos que es tomar dinero de los depositantes, prestárselo a otros y cobrar una diferencia por ese servicio y el riesgo involucrado. La respuesta no es incorrecta, pero es solo la punta del iceberg. En esencia, el negocio de un banco es de información; un negocio de datos. ¿Cómo así? Por ejemplo, cuando este presta dinero debe evaluar la solvencia y capacidad de pago del cliente y con ello su riesgo. Lo mismo pasa con las tarjetas de crédito o los productos que un banco ofrece a sus clientes basado en su perfil de compras y pagos, y en su historial de datos y transacciones, que el banco conoce, procesa y almacena. Esa información tiene valor y no poco.
El problema es que esa valiosa información está disponible solo para el banco en el cual uno es cliente y no para el resto de las instituciones que podrían competir ofreciendo productos y servicios financieros mejores o más baratos. ¿Qué pasaría si abriéramos esa información reconociendo que ella pertenece a los clientes y no a su banco? ¿Si, con nuestro consentimiento, pudiéramos dar acceso a nuestro historial de pagos, información crediticia, a otras instituciones financieras? ¿O si pudiéramos movernos fácilmente de una institución a otra con toda nuestra información, incluyendo números de tarjeta, pagos automáticos contratados, historial de pagos y de cartolas, tasaciones y estudios de título para créditos hipotecarios?
Ello permitiría recibir ofertas más atractivas que las del propio banco y facilitaría cambiarse a otra institución, lo cual hoy puede ser una pesadilla. Ganarían los consumidores y aumentaría la competencia, abriendo espacio a nuevos proveedores -por ejemplo, empresas Fintech- que puedan ofrecer mejores alternativas para acceder a crédito, ahorro, inversiones y seguros. Así, se ampliaría el acceso a crédito y otros servicios financieros a sectores actualmente excluidos o subatendidos por el sector financiero (incluyendo jóvenes, mujeres, migrantes, adultos mayores y pymes); bajarían las tarifas y comisiones cobradas, y caerían las actuales altas rentabilidades que tienen los bancos.
Por eso proponemos abrir la información que es de los clientes, y movernos hacia un modelo de “Banca Abierta” que se despliega con éxito en países desarrollados como Inglaterra, Australia, Japón, Israel o Hong Kong, pero que también se inicia en países de Latinoamérica, como en Brasil y México.
Ello requiere legislar para que los bancos estén obligados a compartir la información de los clientes que así lo consientan a través de un protocolo y una plataforma estandarizada, segura e interoperable entre instituciones bancarias y no bancarias. Esto no solo es tecnológicamente posible, sino que la propia Constitución, desde 2018, reconoce el derecho de las personas sobre sus datos personales. Por lo tanto, la información crediticia e historial es de la gente y no de los bancos, y los clientes son libres de compartirla con el proveedor que deseen.
Abrir los bancos y avanzar hacia un futuro sin ellos como los conocemos hoy, depende de nuestra voluntad de hacer cambios ambiciosos en favor de las personas y empresas. No hay impedimento conceptual ni técnico para no dar ese gran salto. Seguramente los bancos tradicionales se opondrán aduciendo todo tipo de riesgos. Quitarles el monopolio de los datos de los clientes los obliga a enfrentar una mayor competencia, una disipación de sus actuales rentas y un empoderamiento de los consumidores. Precisamente la dirección hacia donde debiésemos movernos. (El Mostrador)
Ignacio Briones
Catalina Medel
Claudio Agostini