Agonías

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El trance por el que pasa Venezuela es, a su manera, también el de muchos que aún defienden al régimen chavista y su tipo; gente algo obcecada. Porque de lo que se trata es de una revolución agónica, patética, y, claro, quién sabe cuándo ha de morir una revolución así. Con todo, que no muestre signos vitales y siga, de novedoso no tiene nada.

La revolución bolivariana ya ha sobrevivido a Chávez; van a ser seis años de su dilatada muerte (Piñera hizo guardia de honor tras su desenlace, cómo olvidarlo). Respecto a la cubana, el “hasta cuándo” es la gran pregunta que nunca cesa a lo largo del valioso reportaje que emprende Patricio Fernández en Cuba. Viaje al fin de la Revolución (2018), y ahí tampoco se ha pasado a mejor vida. Lo que es la revolución china, no sabemos si goza de buena o mala salud; el capitalismo nos tiene confundidos al respecto y Trump parece querer extender la confusión a Corea del Norte. De lo que podemos estar seguros es que nadie en su momento previó que el imperio revolucionario soviético iba a colapsar (fue la suya una muerte como les gusta a algunos: “en el sueño”).

La gran virtud de la revolución chilena, versión marxista, en cambio, es que tuvo la decencia de sellar su destino con un certero tiro auto infligido simbólico (por eso hay quienes quisieran que un juez, de esos que ahora se estilan, decretara otra cosa). La revolución en versión neoliberal que ha triunfado durante todas estas décadas, desde entonces, podría llegar a agonizar algún día, pero para eso falta, aunque quienes creen que no hay alternativa al sistema, contribuyen para que sea lo antes posible.

Todo lo cual explica la resistencia a admitir lo que ocurre en Venezuela. Dejan los servicios de seguridad de “emplear un excesivo uso de fuerza” y es posible que no se dispare ni mate a algunas personas, o uno que otro no pierda un ojo para el resto de su vida (Bachelet con tirabuzón desde Ginebra). No, no cabe “discutir” con gente que le supone a uno intenciones “con el objetivo de descalificar, por muy conmovido que esté” (esto dicho por un excanciller chileno, excomisionado ONU, tras representarle un puntudo periodista la grave situación). Es decir, mientras tanto, ambos “pasan”; no vaya a ser que se produzca una recuperación milagrosa.

Que suele ocurrir: son duras de matar las revoluciones. Debieron trascurrir 200 años para que un gran historiador (François Furet) sentenciara que la clásica francesa había muerto en 1989. Este excomunista, tiempo después, volvió a la carga y precisó: “Los pueblos que salen del comunismo parecen estar obsesionados por negar el régimen en que vivieron, aun cuando hayan heredado sus hábitos o sus costumbres” (El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, 1995). Me temo que tenemos para rato. Respire hondo.

Alfredo Jocelyn-Holt/ La Tercera

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