Alejandro Guillier y Fernando de la Rúa: una hipótesis- Roberto Ávila

Alejandro Guillier y Fernando de la Rúa: una hipótesis- Roberto Ávila

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La historia en sus grandes ciclos es previsible. Sin embargo, sus avatares al interior de estos son difíciles de anticipar. Con todo, con la presencia de similitud de condiciones es posible proponer hipótesis sobre cursos probables de desarrollo de una situación política determinada.

Hay similitudes significativas entre las condiciones en que partió el Gobierno de Fernando de la Rúa y las que tendría un eventual Gobierno de Alejandro Guillier.

El ex presidente trasandino surgió en una situación caracterizada por: 1) una corrupción generalizada en las esferas gubernamentales; 2) la pérdida de legitimidad del peronismo, expresión política por excelencia de la clase trabajadora argentina, por las brutales privatizaciones menemistas; 3) una crisis objetiva del modelo neoliberal instalado por la dupla Menem/Cavallo en concomitancia con el Fondo Monetario Internacional; 4) la insoluble contradicción contenida en la aspiración del “sentir de la calle” que quería mantener la paridad cambiaria (la plata dulce sostenida con las privatizaciones) y llevar adelante políticas de protección social con una acción significativa del Estado en la economía. No lograban asimilar que las compras de electrodomésticos y los viajes al extranjero era el caramelo, pero la torta de las privatizaciones era para las transnacionales.

Había un malestar en la ciudadanía que exigía cambios, pero dentro del modelo. Era lo que aconsejaba “el sentido común”. Esa era la subjetividad; lo objetivo exigía un fuerte golpe de timón en la economía.

Estas condiciones determinaron el escenario electoral. Duhalde fue la propuesta presidencial del peronismo/neoliberal en el Gobierno.

Este candidato había tenido un permanente conflicto con el mandato menemista, aunque formalmente era parte de la coalición gobernante. Pero ese estigma de oficialismo no se lo pudo sacar y quedó condenado a la derrota.

No se puede servir a dos señores. Aunque haya circunspección, simpatía y credibilidad, no se puede servir a dos señores.

El opositor radicalismo, que venía en un declive histórico, estaba golpeado por el mal Gobierno de Alfonsín, que debió entregar un año antes del plazo constitucional. Su abanderado era Fernando de la Rúa, un circunspecto abogado, que siempre supo estar en la hora y el lugar adecuados, que ante la farándula y los escándalos político/económico/sexuales del menemismo parecía la encarnación misma de la sobriedad republicana. Nadie sabía muy bien lo que haría, pero tenía imagen de confiable, un tipo serio, en las antípodas del menemismo.

El candidato radical tenía demasiados anclajes para poder salir de la crisis: con los dictados del FMI y las transnacionales, los militares, con la forma tradicional de hacer política, con la oligarquía agraria y, en definitiva, con todo lo existente. Se necesitaba un liderazgo con voluntad épica, De la Rúa ofrecía prudencia llevada al extremo y cuidadas formas comunicacionales.

Con todo, era lo que la ciudadanía quería, pero no necesariamente era lo que se necesitaba para salir del entrampamiento. La fórmula K aún no estaba en el menú trasandino, la historia se tomaba su tiempo

El radicalismo y su candidato no se bastaban. Fue necesario hacer alianzas, un significativo desmembramiento del peronismo encabezado por el diputado “Chacho” Álvarez y Cristina Fernández Mejide (madre de un desaparecido), con su dura crítica social y densidad ética, trajo los números electorales que faltaban. Se resolvía la elección, pero se condenaba el Gobierno.

La flamante “Alianza” con estas orientaciones contradictorias contenía en sí misma el germen de su propia destrucción.

Guillier en Chile puede conseguir la nominación, puede ganar incluso las elecciones, pero no tiene forma de resolver la contradicción entre lo nuevo y lo viejo en la Nueva Mayoría. No es cosa accidental que la DC proponga su propia candidatura presidencial en primera vuelta. Si hay candidatura única en segunda vuelta, será por necesidad, no por convicción.

La vieja restauración concertacionista, un remedo ya de sí misma, ha perdido racionalidad y ni siquiera ha querido morir con la bandera al tope y con su gran escudero Ricardo Lagos en una última carga de caballería. Llevarán a Goic, no buscan ya el triunfo sino mejorar la negociación.

Para una letra K en Chile falta tiempo.

El gobierno radical trasandino se empantanó a poco andar. Les bajo el moño al FMI y las transnacionales y, como no pudo obtener los votos en el Parlamento para una reforma laboral, que era pegarles en el suelo a los trabajadores, mandó un maletín rebosante con un operador de tercera. Estalló el escándalo. El Chacho Álvarez renunció a la vicepresidencia de la república.

El Gobierno de “chupetito” volando con una sola ala, la derecha, mantuvo el fierro caliente de la paridad cambiaria para poder pagar la deuda externa. Como el botín de las privatizaciones se estaba agotando, ello no podía mantenerse en el tiempo. Con el ala que quedaba, se instaló a un neoliberal de tomo y lomo como nuevo ministro de Economía; duró 15 días. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, sabio don Abraham, y se tuvo que llamar a Cavallo. El sumo sacerdote del neoliberalismo, el hijo pródigo de Martínez de Hoz, hizo lo previsible: quiso pagar la deuda con el hambre del pueblo argentino, las jubilaciones de los viejos, la educación y, en definitiva, el “corralito”. Respuesta popular de masas: los piqueteros.

Estado de sitio, decenas de muertos, la Plaza de Mayo convertida en un campo de batalla. Se llama a los milicos para la masacre en gran escala, los milicos se retoban, la “cana” da sabiduría. Vuelve el helicóptero, ¿sería el mismo de doña Isabel? Y este cuento se ha terminado.

No se puede servir a dos señores. Aunque haya circunspección, simpatía y credibilidad, no se puede servir a dos señores.

El Mostrador

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