Ambición contra ambición

Ambición contra ambición

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Un estudio reciente de Ipsos revela que el 80% de la población cree que la economía está manipulada para beneficiar a los ricos y poderosos, el 91% cree que los políticos siempre encuentran formas para proteger sus privilegios y el 84% percibe que los expertos no entienden cómo vive la gente. Solo el 4% cree que nuestras élites tienden a tomar decisiones que benefician a la mayoría de la población. Tal es el descontento con los grupos dominantes, que el 84% afirma que la mayor división en nuestra sociedad es aquella entre las élites y la gente común. Nuestra élite aparece como una de las peor evaluadas por la ciudadanía entre los 25 países en el estudio.

Estos números son desoladores. Ante ellos, es de esperar que los políticos (que quieren ser amados) busquen congraciarse con el público por las vías más burdas, y es de esperar, también, que los que tienen privilegios o simplemente un buen pasar (que no quieren perderlos) estén temerosos. En este ambiente, toda forma de progreso se hace esquiva.

¿Podemos esperar que un recambio en los grupos dirigentes mejore la percepción ciudadana de nuestras élites? Sin duda, la renovación es positiva. Si el poder corrompe, el poder incontestado corrompe más. Además, una élite más diversa podría ganar apoyo si representa mejor a la población (según Ipsos, hoy solo el 17% se siente identificado con la élite). Pero hay razones para ser escéptico de que la futura élite pueda, duraderamente, parecer mucho mejor.

Primero, las élites son miradas con malos ojos en todas partes. Incluso en Suecia y Holanda, que es donde son mejor vistas, dice el estudio, menos de un cuarto de la población tiene una buena percepción de ellas. ¿Será que en ninguna parte las élites son dignas de confianza? ¿Será que la ciudadanía es muy crítica? Probablemente haya algo de ambas. Como sea, el descontento mundial con las élites llama a contener el entusiasmo con la renovación.

Por otro lado, las nuevas élites han de salir de alguna parte. Solo el 13% de los chilenos cree que se puede confiar en la mayoría de la gente, mientras que el 85% cree que es mejor ser cuidadoso (WVS). En Dinamarca, como contraste, el 72% opta por la confianza. Cuando se les pregunta a los chilenos si están de acuerdo con que “la mayoría de las personas son amigas de otras por interés propio”, solo el 25% discrepa. Y ante la idea de que “ser deshonesto a veces es una buena forma de salir adelante”, de nuevo los que discrepan son minoría (43%; CEP, 2019). Así las cosas, es dudoso que las nuevas élites que vendrán —que han de ser, a fin de cuentas, personas— vayan a ser la panacea ante una ciudadanía cada vez más exigente e informada. Tal vez por eso es que, pese a que el cambio constitucional obtuvo un apoyo de 78% en las urnas, hoy solo el 42% se declara optimista sobre el futuro (Cadem).

Así como quienes desconfían del recambio harían bien en asumir su necesidad, quienes lo anhelan harían bien en defenderlo más por ser recambio que por la calidad de quienes ahora llenarán los (ineludibles) espacios de poder. Y para que el pesimismo sea constructivo, el foco del debate debiera estar en que los liderazgos se puedan remover periódicamente de forma pacífica y en que, en todos los espacios, la ambición contrarreste a la ambición. (El Mercurio)

Loreto Cox

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