El expresidente Piñera fue una persona con un corazón aún más grande que su intelecto. Todos cabían: sus padres, su mujer, sus hijos, sus nietos, sus hermanos, sus amigos, sus colaboradores. Y los quería con acciones concretas: reuniéndolos, ayudándolos, dándoles ánimo, divirtiéndolos, consolándolos, estando presente en todos sus momentos relevantes.
Y ese corazón se explayó hacia todos los chilenos, volcándose hacia el servicio público. Buscó que el país creciera, porque sabía que era el mejor camino para darles oportunidades a todos y disminuir la pobreza. Fue el del millón de empleos, porque sabía que era la mejor política social, como siempre sostuvo. Realizó el milagro de salvar a los 33 mineros y reconstruir en un tiempo récord lo destruido por el terremoto devastador del 2010, porque no se podía dejar a millones de chilenos sin casa, sin hospitales, sin escuelas. Una de sus políticas más queridas fue el posnatal de seis meses, porque sabía que los niños necesitan la presencia irreemplazable de sus padres en la primera etapa de su vida. Sabía que la educación temprana y la buena educación son esenciales para disminuir las desigualdades; por eso empujó la sala cuna universal, el kindergarten obligatorio y los liceos Bicentenario.
Con ese mismo corazón perdonó a quienes intentaron mancillar su esencia, tildándolo de antidemocrático y violador de derechos humanos, cuando durante toda su vida fue un demócrata cabal y defensor de las personas en toda su integridad. Desde el primer momento en que asumió este gobierno puso su experiencia y a sus colaboradores a su disposición, entendiendo que de ese modo se ayudaba a los chilenos.
Siempre vio a los opositores como adversarios, nunca como enemigos, y buscó tender puentes dentro de su coalición y con los de la trinchera contraria. Solo los países unidos avanzan, repetía siempre.
El expresidente Piñera quiso con obras, no con palabras. De ahí el dolor profundo que deja en todos los que lo conocimos.
M. Fernanda Otero A.