El actual decano de la Escuela de Políticas Públicas de London School of Economics (LSE), Andrés Velasco, dice que “cualquiera que aspire a gobernar debe entender que para que le vaya bien cuando llegue a La Moneda, es indispensable cambiar el sistema político. Ese debería ser el incentivo principal para aprobar hoy la reforma”. Agrega que un cambio “es una condición necesaria para que Chile vuelva a gobernarse a sí mismo”.
-¿Piensas que la piedra de tope para los acuerdos y retomar un camino de crecimiento pasa por cambiar el actual sistema político?
-Mejorar el sistema político es condición necesaria —indispensable, en realidad— para que Chile vuelva a gobernarse bien a sí mismo, tome mejores decisiones colectivas, y retome el crecimiento. El sistema actual premia el conflicto, no la cooperación; la miopía, no la mirada de largo plazo; y los intereses pequeños de cada parlamentario, no algo que se parezca a un proyecto colectivo.
-¿Qué efectos puede tener un discolaje parlamentario creciente para Chile?
-El discolaje es tan generalizado que, para fines legislativos, los partidos políticos han dejado de existir. No tiene sentido negociar con los jefes de bancada porque no pueden garantizar los votos de su sector. Con esa fragmentación generalizada, casi nadie hace lo que los economistas llaman “internalizar las externalidades” —en castellano puro y simple, mirar el panorama general más allá de la conveniencia individual—.
-¿Qué características debe tener un sistema político que promueva la gobernabilidad y no la desaliente? ¿Cuál es para ti el mejor sistema político que podría aplicarse hoy en Chile?
-Son muchos los cambios necesarios para que el sistema funcione, pero destaco dos: fortalecer los partidos y facilitar la formación de mayorías, de modo que los gobiernos efectivamente puedan gobernar. Dado que el régimen presidencial no se lleva bien con una fórmula electoral semi-proporcional como la que tenemos, el cambio de fondo necesario es tirar el actual sistema electoral a la basura y reemplazarlo por uno como el de Alemania, Japón o Nueva Zelandia.
Los detalles pueden cambiar, pero en términos generales es así: una mitad de la Cámara es elegida en distritos pequeños y uninominales; la otra mitad, en un gran distrito nacional con listas cerradas. También puede ser que toda la Cámara sea elegida vía distritos uninominales, y el Senado en un distrito nacional. Los distritos chicos con un solo escaño generan incentivos para disputar el voto de centro y reducen la polarización. Las listas cerradas le dan poder a los partidos, que también deberían recibir el financiamiento público electoral (en vez de que vaya directamente a los candidatos, como ocurre hoy).
-¿Te parecen satisfactorias las propuestas del Senado y de la Cámara?
-La propuesta del grupo transversal de senadores mostró audacia y claridad respecto a lo que se necesita. No es un cambio tan radical como el que describo, pero sí es un paso importante. Ahora, para que tenga los efectos deseados de disminuir la fragmentación y garantizar la gobernabilidad, a la propuesta de los senadores habría que agregarle una cosa: la prohibición de los pactos electorales. Ese es el mecanismo mediante el cual los partidos más grandes subsidian a los partidos minúsculos y los mantienen vivos artificialmente.
-¿Cómo los incumbentes, en este caso los congresistas, van a solucionar el problema? Para los llamados “partidos chicos” no hay incentivos para sumarse a una propuesta que los perjudique, como, según ellos, lo hace la iniciativa del Senado.
-Los partidos chicos no tienen por qué morir como resultado de una reforma. Perfectamente pueden sobrevivir fusionándose, como ya lo hizo el Frente Amplio y como ojalá acuerde el Socialismo Democrático. También sería aconsejable que dos partidos de gente que piensan parecido, como Amarillos y Demócratas, se fusionen de modo de fortalecer el centro.
Además, hay otro asunto fundamental: en los últimos 15 años, todos los sectores políticos menos la derecha radical han estado en La Moneda, y a todos les ha ido mal. La raíz de sus males es la misma: no pueden formar mayorías parlamentarias o, cuando las alcanzan, no pueden ejercerlas debido a la fragmentación y el discolaje. Así, las promesas electorales no se cumplen, los votantes se desilusionan, y cunde la insatisfacción con la democracia. Cualquiera que aspire a gobernar debe entender que para que le vaya bien cuando llegue a La Moneda, es indispensable cambiar el sistema político. Ese debería ser el incentivo principal para aprobar hoy la reforma.
-¿Crees que la propuesta de los diputados tiene tintes de salvataje a esos partidos con la idea de las federaciones?
-No la han explicado muy bien, pero por lo que se alcanza a ver, no da ni para artimaña. Es preservar la fórmula actual cambiándole de nombre. (Ex Ante)