El plan de trabajo del Gobierno giró todo el año 2019 en torno a estos acontecimientos. La lógica que estaba detrás de esta apuesta es que dado que los proyectos oficiales no avanzaban ante el bloqueo del Congreso —lo cual suponía una agenda incómodamente vacía—, el Ejecutivo debía centrarse en marcar goles en un área privativa del Presidente: las relaciones exteriores. Y todo se planificó para que 2019 terminara con varios álbumes de fotos de Piñera posando con Trump, Xi, Macron, Guterres y Greta.
Pero de pronto, el 18-O desbordó la agenda. La decisión de renunciar al APEC y a la COP25 fue difícil para el Presidente. Llevaba implícito el mensaje a sus opositores de que le habían conseguido hacer daño en algo importante para él.
El Presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, que ha hecho de la audacia su norma de actuación, ofreció Madrid como nueva sede para la COP25, pero no pidió presidir ni copresidir, pese a que cuenta con una ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, que ha ido a 20 de estas cumbres y que es una de las mayores expertas del Partido Socialista.
Ribera dijo que el resultado fue agridulce. Lo agrio fue que los objetivos (acelerar el compromiso global con la descarbonización y echar las bases del mercado de carbono) no se cumplieron; lo dulce, que la COP25 se celebró pese a los sucesos de Chile. Pero nadie podía pensar que, ya fuera en Madrid o en Santiago, Chile iba a conseguir forzar a potencias como EE.UU., China, Rusia, India o Brasil para que aceptaran un acuerdo.
Solo había dos ámbitos en los que Chile podía haber marcado la diferencia. El primero era poniendo el escenario para las conversaciones. Este fue el motivo que movió a la ministra Schmidt a convencer a Piñera de asumir la organización cuando Bolsonaro se negó a realizarla. Pero este punto quedó inutilizado por el 18-O. El escenario pasó a ser Madrid, y aunque todo el diseño era chileno, la cumbre no estaba en Chile.
El segundo punto era precisamente Brasil. Su delegación fue una de las más duras y rocosas en Madrid. Pero el problema es que el Presidente Piñera creó la expectativa en la reunión del G-7 en Biarritz de que podía atraer a Bolsonaro a posturas más flexibles. O eso, al menos, creyeron algunas cancillerías. No fue así, porque esa operación de seducción solo podía darse en Chile y con un Piñera volcado en la operación.
Schmidt cometió errores tácticos. No hay quejas a los planteamientos técnicos, pero fue un error alargar la cumbre al tiempo que se intentaba comprimir el espacio de decisión para forzar un acuerdo. Al alargar la cumbre, la propia Schmidt se fue quedando sin aliados, obligados a volver a sus países. La compresión del tiempo es una táctica que suele funcionar en las cumbres de jefes de Estado y de gobierno de dos días, pero no en una conferencia de 12. Esta es la razón por la que El Periódico de Cataluña fue implacable con Schmidt: no se entiende el empeño en presidir la COP “si ha demostrado tanta torpeza y tan poco empeño en sacar su contenido adelante”. (El Mercurio)