Aspavientos de virtud

Aspavientos de virtud

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Algunos de sus lectores malentendieron mi columna del domingo. Es probable que en estos días de penitencia la lectura haya sido apresurada. Me veo, pues, obligado a subrayar su sentido.

En ella simplemente llamaba la atención acerca de la pérdida de pudor que produce la peste, que ha llevado a muchos a hacer aspavientos de virtud, a prometer enmendar el propio rumbo, a manifestar deseos de hermandad solidaria hasta ahora desconocidos y a ofrecer sacrificios por el prójimo (todo con la debida publicidad, desde luego). Nada muy distinto a golpearse el pecho y caer de rodillas en medio de un terremoto, o hacer penitencia o promesas de conversión en el confesionario (solo que ahora de manera menos discreta). También, hay que reconocerlo, estos días nos regalan un conmovedor lirismo (como lo prueba la expresión “sacudir algunas telarañas del alma” empleada por su poético lector).

Temo, sin embargo, que todo eso no es más que el efecto del miedo irracional, de la creencia que la propia conducta es la culpable de la peste o de que ella es un signo —postrero, en cualquier caso— para que la sociedad se arrepienta de sí misma. El miedo pasará y todas esas promesas de enmendar la propia vida se las llevará el viento (o la peste). Esperamos, sin embargo, que perdure (por el bien de la poesía claro está) la vocación lírica que ha desatado en uno de sus lectores. (El Mercurio Cartas)

Carlos Peña

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