No puedo no volver a un tema que me asombra: el parecido entre la izquierda y la derecha en sus polos extremos. En ambos repudian conceptos como democracia representativa, separación de poderes, alternancia en el poder, imperio de la ley y libertad individual, porque perjudican el verdadero objetivo buscado, aunque no confesado: el poder total, sin frenos molestos. En ambos son colectivistas, en parte por solidaridad de raza o de clase, pero mucho más para no tener que contar con individuos díscolos difíciles de someter: en la sociedad colectivista, el pueblo unido cae vencido frente al dictador que dice encarnarlo y que promete defenderlo contra el enemigo, ese “otro”, sea externo o interno, que se necesita para asustar y aglutinar a la gente.
Cabe preguntarse entonces por qué en los 1930 hubo tanto conflicto entre los comunistas y los nazis o fascistas. Desde una perspectiva actual, parece lógico el tratado firmado en Moscú, en 1939, por los cancilleres de Rusia y Alemania, Molotov y Ribbentrop. Lo natural habría sido que de allí Hitler y Stalin lucharan juntos contra las democracias. Felizmente, el poder absoluto no solo corrompe, también enceguece. Hitler, con soberbia napoleónica, invade la Unión Soviética en 1941 y las democracias se salvan.
¿Qué hay de distinto hoy? La derecha y la izquierda en sus extremos siguen parecidas. Alcanzado el poder, sus recursos son los mismos: una despiadada policía secreta, fuerzas armadas dóciles, tecnología para controlar a los súbditos y difamar a los adversarios, y la más completa desfachatez. La dicotomía derecha-izquierda sirve para adornar el relato del dictador, pero es cada vez menos relevante cuando se trata de sus actos como gobernante. Cosa de examinar autocracias como Rusia, China, Venezuela, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua o Bielorrusia.
“Autocracy Inc.”, el último libro de la historiadora Anne Applebaum, sostiene fuertemente la idea de que lo que más motiva a estas autocracias es el poder mismo, la capacidad de una élite de hacer lo que quiera, juntando, a expensas de sus pueblos, el patrimonio que le plazca, si es necesario creando, como en Venezuela, un Estado en sí mismo criminal.
Son muchos más los aportes de Applebaum. Destaca la importancia de la tecnología: aplicaciones y reconocimiento de cara para controlar a los ciudadanos, y granjas de troles para difundir propaganda y noticias falsas, en un mundo en que, dice ella, “muchos desean ser desinformados”. Por otro lado, Applebaum investiga el apoyo propagandístico, comercial y bélico que se prestan estas autocracias: de allí su concepto de Autocracia Inc. Finalmente, el papel del dinero. Para Applebaum, el gran objetivo de muchas autocracias es acumular patrimonio privado, sacándoles tajadas a negocios lícitos o incurriendo en negocios francamente criminales, como el narcotráfico o la minería ilegal. Y allí ella denuncia como cómplices a toda una red de instituciones occidentales sin las cuales los cleptócratas de Autocracia Inc. no podrían operar: por ejemplo, abogados, inmobiliarias o bancos que lucran cuando ellos lavan su dinero, amparados por leyes que les permiten ocultarse en empresas anónimas.
Un ejemplo de esto se reveló solo ayer. Se descubrió que hacia 2017, dos prestigiosísimos bancos internacionales recibían o transferían ganancias criminales obtenidas en África por el grupo Wagner, en esa época un instrumento del Kremlin. Según la Tesorería americana, estas ganancias africanas las blindaba Wagner con “ejecuciones masivas, violaciones, secuestros de niños y otras brutalidades contra gente inocente”.
En todo esto, ¿cuáles son los atributos de las élites feudales detrás de Autocracia Inc. que más admira nuestro PC? Una pista: algunos ya estaban en la Constitución que rechazamos hace dos años y que el Gobierno apoyaba con tanta pasión. (El Mercurio)
David Gallagher