Desde el colapso de su primer diseño de Gobierno, para Bachelet el realismo ha significado fundamentalmente renuncia. Desde entonces, la hemos visto renunciar a su modelo intimista de administración política, renunciar a su popularidad incontrarrestable, renunciar a la distancia que pretendía mantener con ethos de la antigua Concertación, renunciar al carácter sacrosanto del programa de Gobierno e incluso renunciar a su sonrisa.
Estas últimas semanas, sin embargo, la Presidenta ha dado muestras de estar encontrando el tono con el que enfrentará la segunda parte de su mandato. Al parecer, ya tuvo suficiente renuncia. Y tal vez la señal más nítida de ello sea la propuesta al Senado de Jorge Abbott como candidato para Fiscal Nacional.
La elección de Abbott representa mucho más que la mera continuidad de la actual administración del Ministerio Público, como han resaltado varios medios. Y más también que la decisión del Gobierno de dar una señal en materia de persecución del delito y la seguridad ciudadana, como resaltara la Presidenta en su discurso de nominación. El candidato de Bachelet no es el aquel que el establishment había seleccionado y ventilado con poco decoro y esa es, sin duda, la señal más potente que la Presidenta envió con su elección.
No es novedad que a Bachelet no le gusta ser pauteada ni por los partidos ni por los medios –menos por los unos a través de los otros–. Por eso a nadie debiera sorprenderle que la publicitada luna de miel entre la élite política y uno de los candidatos en quina para el cargo de Fiscal Nacional cayera como bomba en Palacio. La elección de Abbott fue recibida con perplejidad por parte de un sistema político que venía apostando a una suerte de abdicación de facto de Bachelet y que, tal vez por lo mismo, había perdido el pudor en lo que a operaciones y filtraciones se refiere.
Y es que desafiando al Senado Bachelet desafía, simbólicamente, al refugio oligárquico del poder, al espacio donde este se representa y reproduce y donde sus más enconados adversarios –de fuego amigo y enemigo– llevan la voz cantante. De ahí que lo que ha planteado Bachelet con el nombre escogido para su ratificación en la Cámara Alta bien podría convertirse en una suerte de pequeño plebiscito sobre la conducción de la coalición.Ante este escenario y habiéndose estabilizado las encuestas de las que solo se conocían caídas, Bachelet hace en una misma semana dos actos políticos de gran calado: anuncia la apertura de un calendario constituyente que “constitucionalizará” la próxima elección y elige a su candidato a Fiscal Nacional a contrapelo del transversalismo senatorial, retornando así a lo que es, hasta ahora, el sello más persistente de su carrera política: su preferencia por ser juzgada por lo que piensa antes que por lo que logra.
La operación no está exenta de riesgos. Mal que mal, el reciente fracaso del Ministro del Interior en la votación para elegir Contralor aún estará fresco cuando la misma Sala se siente a votar por el persecutor nacional. Y aun cuando la figura del actual Director Ejecutivo del Ministerio Público ya ha levantado importantes apoyos, no ha de ser trivial que quienes figuraban como los principales gestores de un acuerdo en otro sentido estén excusándose de definir su postura públicamente o incluso de votar en primera instancia.
Con todo, algo de la Bachelet precrisis hay en el gesto de quitarle de la boca el pan a la élite política, enterrando las aspiraciones del candidato que esta había ungido. Ahora, incluso si su apuesta se encontrara de frente con un muro político decidido a infligirle una derrota, será ella la que nuevamente estará del lado del sentido común y –como este– en contra de las preferencias del establishmentpolítico.