Después de lo ocurrido la semana pasada, todo indica que los principales bancos centrales están entrando a tropezones a una nueva fase en sus políticas monetarias. Los menores precios de energía -y en general de bienes- están reduciendo la inflación general. Sin embargo, los ajustados mercados laborales presionan los salarios, y con ello la inflación en los servicios, impidiendo que la inflación subyacente caiga a los niveles objetivos de los bancos centrales.
En 2022 los principales institutos emisores adoptaron una postura de “cueste lo que cueste” sobre la inflación, en lo que constituyó una primera fase de respuesta de política monetaria. Era esperable que, una vez que los daños económicos causados por las mayores tasas de interés fueran más evidentes, las pondrían en pausa y pasarían a mensajes más matizados, entrando a una segunda fase.
Sin embargo, los mensajes mixtos de la semana pasada apuntan a una llegada algo atolondrada a esta nueva etapa, antes de lo pensado y sin señales claras de que la actividad económica se esté ajustando lo necesario para reducir la inflación. Si bien ésta ha venido bajando, aún queda mucho para alcanzar el objetivo. Aunque se están resolviendo algunas interrupciones de suministro que alimentaron el alza y la caída de precios de muchos bienes están reduciendo la inflación general, queda bastante por avanzar en la inflación de servicios.
Luego, la evolución en los mercados laborales y los salarios serán clave en la fase dos. La escasez de mano de obra en Estados Unidos y Europa mantendrá las presiones salariales, y con ello la inflación seguirá persistentemente más alta que los objetivos buscados. Los recientes datos de empleo han estado enviando señales inconsistentes. Por un lado, algunos apuntan a un mercado laboral aún ajustado, que podría mantener presiones salariales. Otros, por el contrario, apuntan a ajustes, como un número creciente de anuncios de despidos, particularmente en firmas tecnológicas y de servicios financieros.
La capacidad comunicativa de los bancos centrales también será esencial en esta etapa. La reciente desconexión entre las declaraciones escritas por parte de la Reserva Federal de EEUU y las posteriores respuestas de su presidente en una conferencia de prensa enviaron mensajes contradictorios. Ello puede haber motivado reacciones en los mercados, diferentes a sus intenciones iniciales, dando a entender que se podía estar más cerca de una pausa de lo que realmente tienen considerado. Otros bancos centrales, tanto de países desarrollados como emergentes, enfrentan desafíos similares, al tener que equilibrar un mensaje duro contra la inflación con uno que se hace cargo de los efectos sobre la actividad económica y los riesgos de recesión. Con todo, si bien 2023 apunta a recesiones más leves e inflaciones a la baja, es difícil que aún se logre bajar estas últimas a los objetivos de los bancos centrales, y esto hace muy poco probable que reduzcan las tasas como esperan cada vez más los mercados. La posibilidad de que estos reaccionen negativamente ante una decepción invita a mantenerse cautos. La renta fija, en especial bonos corporativos de alta calidad crediticia, así como bonos estatales de menor plazos, entregan una buena alternativa mientras que no exista mayor claridad, tanto respecto de la evolución de los mercados laborales como de la capacidad comunicacional de los bancos centrales, para gatillar una preferencia de mayor convicción hacia la renta variable. (DF)
Axel Christensen