Bienvenidas, elecciones-Loreto Cox

Bienvenidas, elecciones-Loreto Cox

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Dice Rousseau que “la voluntad general siempre es recta, y siempre se dirige a la utilidad pública”. De ser así, la pregunta es cómo accedemos a ella, especialmente cuando corren tiempos confusos. El Gobierno la tiene difícil. El virus, la economía y la amenaza de la violencia configuran un contexto extraordinariamente adverso. En lo político, su aprobación es baja y su relación con el Congreso, peor. De esto podría colegirse que la oposición ha ganado terreno, pero no es nada claro. En la CEP de diciembre pasado, solo el 3% de la población creía que la oposición había respondido bien al estallido y, en lo más reciente, Chile Vamos está evaluado mejor que cualquiera de las subcoaliciones de oposición (Cadem de junio). Que Joaquín Lavín se mantenga como una de las figuras mejor posicionadas para la próxima presidencial es sintomático de que la voluntad general no es evidente.

Aun así, políticos y analistas hablan con facilidad de lo que “la gente quiere”. Algunos saben que lo que se busca es un cambio radical, otros saben que más bien se quieren perfeccionamientos y, otros, incluso, saben que hay una mayoría silenciosa que, aunque no se manifieste, quiere precisamente lo que ellos ofrecen. Probablemente influya que cada cual conversa más con sus partidarios. Pero, en cualquier caso, muchos parecen tener acceso privilegiado a la voluntad general, aun cuando, dice Rousseau, “el pueblo quiere indefectiblemente su bien, pero no siempre lo comprende: jamás se corrompe al pueblo, pero a menudo se le engaña y solo entonces parece querer lo malo”. Vaya.

A la democracia suele pedírsele mucho. Queremos ciudadanos participativos, deliberación racional y una distribución igualitaria del poder. Tanto, que dejamos de valorar su sentido más minimalista: elecciones periódicas y competitivas. Ellas permiten a los ciudadanos deshacerse de un gobierno sin necesidad de derramar sangre, como dijo Popper. Parece poco, pero basta mirar la historia para apreciar este rasgo. Además, la mera posibilidad de ser removido disciplina a los gobernantes.

Volviendo a lo nuestro, las elecciones son la única forma que hemos aceptado para que se manifieste el mandato del pueblo. Para ello no sirven ni los expertos, ni las protestas, ni las organizaciones de la sociedad civil, cada cual con sus propios sesgos. No es que las elecciones sean perfectas —sabemos que no lo son, ni siquiera en teoría—, pero la democracia descansa sobre la capacidad de acordar reglas.

Bueno, en los próximos dos años tenemos ocho elecciones programadas. El abultado calendario electoral, pese a traer dificultades, nos ofrece ocho oportunidades, de naturalezas distintas, que en su conjunto nos permitirán ir saliendo, de la única forma legítima, de estos tiempos confusos. Es cierto, el contexto actual de hastío contra las élites puede llevarnos hacia liderazgos de corte populista. Pero pocas veces había sido tan importante conocer el mandato popular para saber cuánto pesa cada cual y así ordenar el naipe. Que el virus no las empañe, que sean participativas, libres e informadas: bienvenidas, elecciones. (El Mercurio)

Loreto Cox

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