El Gobierno anunció proponer una nueva aproximación con Bolivia. Es una buena idea. Para que tenga éxito se requiere considerar la oportunidad, discreción y contenido de esta iniciativa.
La oportunidad es desaconsejable. Las acciones oficiales chilenas inciden en la política interna boliviana, más en períodos electorales. Además de estar enfrentados judicialmente los dos países, por las aguas del río Silala; para negociar es indispensable contar con una contraparte estable, que por ahora no existe ni se visualiza al otro lado de la frontera.
Todos, o casi todos, los presidentes de Chile han intentado normalizar las relaciones con Bolivia. Innumerables cancilleres han trabajado para lo mismo. Varios intentos han terminado siendo usados en contra nuestra en tribunales internacionales. Todos han fracasado. Habrá que ser prudentes, sin repetir errores. No basta con descartar desde la partida la aspiración marítima, debemos acotar cualquier acuerdo para no crear falsas expectativas. No hay que desconocer el tradicional grito de los militares bolivianos cuando rompen filas: ¡Viva Bolivia, muera Chile! En las escuelas se enseña algo parecido. ¡Antofagasta es y será de Bolivia!, exclamó Evo Morales pocos años atrás.
Sabemos que Bolivia condiciona cualquier acuerdo sustantivo en desmedro de la integridad territorial de Chile. Esa obstinación es una verdadera barrera infranqueable que habrá que sortear y que también lo ha sido para su propio progreso. Es excusa para el fracaso de sus gobiernos. Bolivia cuenta con enormes riquezas naturales, con casi el doble del territorio y cerca de la mitad de la población nacional. Permanece en la pobreza no por la falta de litoral, sino por la debilidad de sus instituciones. Lo afirman buenos estudios especializados (James Robinson y otros) y respetables políticos e intelectuales bolivianos.
Lo fundamental para las buenas relaciones con Bolivia es una aplicación moderna del Tratado de 1904. Sirvió para alcanzar la paz, sirve para integrarnos, y para la conectividad de Bolivia al Pacífico y al mundo. Para lograrlo no se requiere cesión de soberanía, tampoco grandes negociaciones. Bolivia carece de fibra óptica: podemos compartir dos cables, uno en el continente y otro en el mar chileno, para servicios de internet. Sufre periódicamente de las huelgas portuarias nacionales y del SAG para la continuidad de su comercio, con infracción del Tratado de 1904. La infraestructura caminera nacional es de reducida calidad; la ferrocarrilera, de comienzos del siglo pasado. Los acuerdos de cooperación cultural y entre los servicios públicos y sectores privados de los dos países son deficientes, pueden ser mucho mejores y no requieren de negociaciones diplomáticas.
El Gobierno ha dicho que abordará sin estridencias las diferencias con Argentina; con mayor razón las debe conducir así con Bolivia. Las estridencias crean dificultades innecesarias. En estos días lo vemos cuando asumimos un rol preponderante para oponernos a la candidatura de Estados Unidos a la presidencia del BID. Hicimos un ruido discordante con casi toda Sudamérica; pudimos haber defendido un principio sin causar repercusiones indeseadas. (El Mercurio)
Hernán Felipe Errázuriz