A eso en cualquier parte se le llama terrorismo.
Pero el terrorismo tiene dos versiones.
Hay el terrorismo como arma indispensable de la acción política, un intento de torcer por el miedo la voluntad ajena a la que no se logra persuadir o derrotar por los votos. Un buen ejemplo es el de Trotsky: quien renuncia en principio a la intimidación y el miedo como arma de acción política —enseñaba—, en verdad renuncia a que el proletariado pueda triunfar. Allí la intimidación por el miedo es un instrumento para alcanzar un fin que se estima valioso.
Y hay el terrorismo puramente nihilista (puramente, porque el otro también es nihilista en algún sentido). En este último se persigue mostrar que los valores que las instituciones proclaman son disfraces de la nada, una nada que irrumpiría y quedaría al descubierto con el estallido de la bomba. Aquí la bomba no persigue castigar la injusticia, sino la impostura, la pretensión de que hay algo que vale.
De esas dos formas de terrorismo, la primera es más fácil de tratar. Y es más fácil porque es más racional, para él existe el “asesinato lógico” (la expresión la acuñó Camus). En efecto, para este tipo de terrorismo, el bombazo o el atentado no es un fin en sí mismo, sino que se trata de un medio a veces indispensable para lograr este o aquel propósito. Por lo mismo, sus víctimas inmediatas (inmediatas, porque a través suyo las víctimas invadidas por el miedo acaban siendo todos) son identificables y predecibles.
La segunda forma de terrorismo, en cambio, el de inspiración puramente nihilista, carece de racionalidad instrumental. En vez de ser instrumental, este terrorismo es puramente expresivo. El bombazo, la herida sorpresiva, el humo y el miedo son lo que este tipo de terrorista busca en sí mismo, de manera que lo que prima al decidir el atentado no es la víctima, sino el escenario. Él piensa que lo que se llama realidad es una muralla construida de falsos valores, ilusiones y engaños, un tapiz engañoso y estúpido detrás del cual no hay nada, salvo un simple vacío que muestra la futilidad de las instituciones. Y la bomba lograría romper, siquiera por momentos, esa muralla, rasgar ese tapiz, y hacer que la nada que rodearía esa muralla o que el tapiz oculta, asome y se ponga a la vista. Este tipo de terrorismo se funda en un rechazo al mundo —el mundo del capitalismo, la industria, lo moderno— cuyas rendijas las bombas quieren poner de manifiesto.
Ambas formas solo pueden ser distinguidas, desde luego, en términos conceptuales. En la práctica, es posible que ambas formas se imbriquen y se mezclen; aunque una de esas tendencias ha de primar en quienes ponen las bombas.
¿Cuál forma de terrorismo es el que está asomando junto con esas bombas que han estallado en Santiago? ¿Es instrumental y político, o expresivo y meramente nihilista?
Los “Individualistas tendiendo a lo salvaje”, como se han llamado a sí mismos quienes han puesto ya un par de bombas (aunque no se sabe si son también los autores de las últimas), parecen abrigar algo de romanticismo, la idea que detrás de la modernidad industrial, el mercado y la explotación de la naturaleza hay un mundo más tranquilo, donde cada uno podría desarrollarse a sus anchas. Sus bombas, pues, parecen destinadas a demoler poco a poco el poder que ocultaría ese mundo natural. Una vez debilitado —o lo que es peor, dinamitado— lo salvaje, podría florecer y los individualistas transitar libremente en medio de él. La actitud de este grupo parece, pues, expresiva y no instrumental, nihilista más que política. Es el acto de poner bombas en sí mismo, más que cualquier otro propósito que se reivindique o solicite, lo que importa.
Albert Camus —quizá a quienes ponen esas bombas les convendría leerlo— distinguió entre la revolución detrás de la cual vio siempre alguna forma de nihilismo, o de rechazo al mundo, y la rebelión.
Mientras la revolución es el intento de acabar con el mundo a cualquier costo, a fin de construir otro que lo sustituya y donde las pestes del primero desaparezcan, la rebelión es el esfuerzo por recuperar lo que se ha perdido, una tarea, enseña Camus, que el individuo aislado no podrá alcanzar nunca y para la cual necesita a los demás. La rebeldía conduce, pues, a la solidaridad, a la invitación a la comunidad en vez de a un empeño por aterrorizarla a bombazos.
Sí, es verdad, esgrimir ideas frente a las bombas parece ingenuo. Y hasta cierto punto lo es; pero no hay que olvidar que las bombas, al menos este tipo de bombas, suelen ser el fruto de jóvenes intoxicados de ideas erróneas ¿Acaso no fue Dostoievsky —en su juventud formó parte de un grupo revolucionario— quien describió a las ideas como demonios capaces de poseer a quienes se descuidaban frente a ellas? (El Mercurio)