Para abordar el debate de las dos listas con sinceridad, habría que primero admitir que la conversación no se trata de una búsqueda de candidatos de calidad ni de lo que pueda ser la mejor combinación de escenarios para que el proceso constitucional llegue a buen puerto. Muy por el contrario, se trata de una mera lucha por el poder. Se trata, al fin y al cabo, de un capítulo más de la misma lucha de poder que se viene librando desde que se asomó el Frente Amplio en 2017.
Por una parte, está el sector del gobierno, compuesto primordialmente por los partidos del Frente Amplio, que lucha por seguir vivo. Con un cuarto de aprobación y dos tercios de desaprobación, no se les puede pedir mucho más. Es obvio que la unidad les conviene. Es obvio que si quieren sobrevivir tienen que distribuir el peso de sus fracasos entre más actores políticos.
Pues, solo así podrán alivianar su propia carga. Si fueran solos, qué duda cabe que serían poco más que “la lista del indulto”, como dijera el exsenador Guido Girardi.
También está el núcleo central de la ex Concertación, compuesto principalmente por el eje PPD, PR y DC, que lucha por recuperar el espacio perdido. Después de haber sufrido sendas derrotas en las elecciones de 2017 y 2021, además de todas las elecciones que hubo entremedio, no les queda otra. Saben que, si ceden a la petición del gobierno, de ir en una lista única, serán conducidos a un laberinto del cual probablemente nunca podrán salir. Saben que, si no se emancipan ahora, más adelante no lo podrán hacer.
En el medio, está el PS, tironeado por ambas puntas. Por la izquierda, los está tratando de persuadir emocionalmente para que asuman su verdadera identidad y que con eso desembarquen de lleno, con todo su aparataje y experiencia política, en el gobierno. Por el centro, los que están tratando de convencer de que no todo tiempo pasado fue peor, y que más vale pedir perdón ahora que arrepentirse después. El PS, aun dividido entre autoflagelantes y autocomplacientes, no logra conformarse con una sola respuesta.
Así, el debate es sobre cualquier cosa menos el proceso constituyente. Es, al final, uno sobre cupos electorales, sobre quién obtiene más candidatos y dónde. Es un debate sobre la hegemonía de la izquierda, sobre la revancha histórica, sobre lo que significa ser socialista, sobre Boric y Allende, y sobre cómo se ordenará el sistema político en los años que vengan. Es incluso un debate sobre la próxima elección presidencial. Es todo eso y cualquier cosa menos un debate sobre el proceso constituyente.
Si fuera un debate relevante, entendido como algo que acaba en beneficios tangibles para las personas, se estarían comparando miradas políticas, se estaría hablando incluso de primarias amplias o de formas de seleccionar a los mejores candidatos para el proceso que viene. Pero no es eso. Solo se está hablando de cupos electorales, sobre quién obtiene qué y a cambio de qué, y por eso, se está perdiendo la oportunidad de asegurar un debate de calidad para el importante proceso que viene.
En cualquier caso, de alguna forma, se entiende y se acepta que “el debate” no sea sobre lo importante. Después de todo, era esperable. Lo que no se entiende, sin embargo, es la intromisión del presidente Boric en la conversación, activamente pidiendo un “último esfuerzo” por confirmar una lista única. Por lo pronto, muestra la desconexión del presidente con lo que pasa a nivel nacional, y lo expone a ser visto como un líder frívolo, más preocupado de su tajada de poder que de cualquier otra cosa.
Al entrometerse en el debate, Boric demuestra no entender sus debilidades. Demuestra solo entender sus fortalezas. No pareciera entender que cuando un presidente tiene 25% de aprobación y sale a pedir algo por medio de la prensa, lo más probable es que no le resulte.
No pareciera entender que, si quisiera conseguir la lista única, el trabajo lo tendría que haber hecho antes y por otros lados. Probablemente vía canales políticos tradicionales y de forma discreta. A este punto, su llamado solo parece revelar su desesperación.
Pareciera que Boric tampoco haya entendido que cada vez que se involucra en la política chica, en la política coyuntural, sale trasquilado. Cada vez que sale a pedir una cosa, resulta la opuesta, y queda alevosamente fuera de juego. Es lo que pasó cuando salió a pedir que las personas votaran Apruebo, por ejemplo.
Ahora probablemente no sea tan diferente, en tanto el PPD, el PR y la DC ya parecen haberse percatado que si comprometen sus filas con el gobierno, no solo arriesgarían ponerle punto a la centroizquierda, sino que también a ellos mismos.
Si bien se entiende por qué Boric empuja por una lista única -para poder repartir el peso de sus derrotas previas entre más actores, y así alivianar su propia carga- no se entiende por qué lo hace de la forma en que lo hace, ni tampoco por qué lo hace sabiendo que es altamente improbable que consiga lo que quiere. Es como si no supiera, o que nadie en su entorno le dijera, que cada vez que sale a pedir una cosa por la prensa, y que esa cosa finalmente no se da, pierde un poco más de poder y de relevancia.
La decisión de Boric de involucrase activamente en el debate no solo le puede traer costos en lo inmediato, sino que también en el mediano plazo. Por ejemplo, su esfuerzo podría transformar el debate constitucional en un plebiscito sobre su gestión. El problema, finalmente, no es la decisión de Boric de intervenir en este debate, es la decisión de Boric de intervenir en todos los debates. Y más que eso, el problema es la decisión de intervenir en todos los debates y casi nunca conseguir algo. (Ex Ante)
Kenneth Bunker