Ad portas de lo que analistas y expertos electorales auguran como unas elecciones “infartantes” el próximo 21 de noviembre, el camino para llegar a la recta final de la segunda vuelta podría entregarnos ribetes aún más inesperados de todo lo ya acontecido (porque nadie, partiendo por el mismísimo José Antonio Kast, pensaba que su candidatura subiría como la espuma). Interesante escenario para quienes observan de cerca a la política, pero también desafiante, ya que no somos el único rincón del mundo en donde liderazgos más bien atípicos han desplazado a los candidatos de los idearios más clásicos de izquierda y derecha dejando abierta y con más interrogantes que respuestas los resultados de una elección.
Es así, entonces, que los programas (aunque nunca han sido muy sexies) han pasado a segundo plano (por no decir al olvido); por lo que ahora el foco está más sobre el aspirante y sus características personales que sobre los partidos o conglomerados que lo apoyan. Importan, pero menos frente a los ojos de la ciudadanía. Basta ver la candidatura de Sebastián Sichel y cómo irrumpió con fuerza, en parte porque su plusvalía era ser “Independiente” (con mayúscula). Sin embargo, tanta independencia le pasó la cuenta, ya que los partidos por algo existen y en menos de cinco meses (desde su holgado triunfo en las primarias) su máxima fortaleza pasó a ser su máxima debilidad. Se agradece la libertad de maniobra en un político, pero también es importante (para ubicarlo en el tiempo y en el espacio) que demuestre una identidad más definida. Por otra parte, la sustentabilidad de la candidatura de Franco Parisi (totalmente diferente a la de Sichel) también trae a la ecuación un contexto nunca antes visto en el país en donde, sin pudor ni doble lecturas, la política es puro espectáculo y su máxima estrella es el populismo. Ambos son ejemplos de lo complejo que se ha convertido seguirle la corriente a la política del Siglo XXI.
Dejando a los otros presidenciables fuera de esta columna por un tema de caracteres – no por falta de interés- llego hasta Gabriel Boric y José Antonio Kast por ser los contendores más probables para la segunda vuelta en diciembre que, además de infartante (como mencioné anteriormente), está mutando de estado líquido a gaseoso porque nadie sabe a ciencia cierta qué podría suceder en este país donde durante los últimos dos años ha oscilado entre la incertidumbre social y económica. Raya para la suma: ¿qué se ve reflejado en ambas candidaturas? Pareciera ser que dos corazones muy distintos palpitan en nuestra sociedad. El de Boric claramente denota mucha adrenalina, exultación y bastante más ansiedad que el de JAK, cuyo estado natural es dilatarse de manera templada para oxigenarse siempre de la misma forma.
Ambos han demostrado su talento para hacer política, han sido protagonistas de muchos de los cambios que ha experimentado el país y, por lo mismo, su electorado espera de ellos la consolidación de dos proyectos que prácticamente no convergen por ninguna parte. El de Boric emana de la sobre confianza que proviene de la estabilidad y el progreso de los últimos 30 años y es quizás por eso mismo que la violencia del 18 de octubre no le generó mayor ruido e incluso fue incorporado como bandera de lucha social en su discurso (lo que le ha jugado en contra). Mientras que los votantes de Kast se ven atraídos por un ideario que refleja el reconocimiento (hoy con mayor énfasis) de que nuestra historia reciente se conformó de tropiezos y múltiples esfuerzos que hicieron posible insertarnos en el mundo, por lo que reformar (para no generar más quiebres) es un proceso que requiere orden. A la vez, no está demás recalcar que es el candidato sub 40 el que desea transformar incorporando fórmulas de antigua data y por lo mismo bastante alejadas de la realidad 2.0 y que Kast, habiendo sido por mucho tiempo el outsider de su sector, posee una trayectoria lo suficientemente coherente como para no deber muchos favores, evadir temas incómodos o desviar (aunque sí matizar) un discurso que ha sido siempre fiel a sus principios.
Ambos candidatos simbolizan las expectativas de dos Chiles y dos modelos muy distintos de sociedad. Por lo tanto, la primera interrogante será conocer el nombre del próximo presidente para luego comprobar, a partir del 11 de marzo de 2022, si tomamos la decisión correcta tras estas elecciones presidenciales que prometen ser tan infartantes como impredecibles. (El Líbero)
Paula Schmidt