Buen márketing y mal producto

Buen márketing y mal producto

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Una de las cosas que más irritan a la gente es el márketing mentiroso con letra chica.

La típica es un titular con un premio atractivo: “Se ha ganado una semana en el Caribe con toda su familia”, seguido de una bajada: “Basta que llene 20 mil cupones ante notario”, para terminar con una letra chica “la familia se limita a 4 personas y la estadía es en época de huracanes”.

Alguna vez escribí que la Constitución que votaremos es un circo en la periferia pero una cuidada coreografía en su columna vertebral.

La secuencia con que debe leerse esta Constitución es la peor versión del márketing y que sigue esa misma secuencia mentirosa. El titular es atractivo y convocante; por ejemplo se garantiza la libertad de enseñanza (art. 41); acto seguido se califican sus fines con conceptos ambiguos: “Los fines de la educación son bien común, justicia social, derechos humanos y de la naturaleza, conciencia ecológica, convivencia democrática entre los pueblos, etc.” (art. 35 número 3 y 4), para terminar se crea una organización estatal (sistema nacional de educación) controlada por políticos que van a decidir sobre la vida y la muerte de los proyectos educacionales en función de esos conceptos ambiguos (art. 35 número 5).

Este patrón de un título atractivo con una bajada ininteligible o altamente interpretable para terminar sujeto al control político se repite una y otra vez. Así se trata la libertad de expresión (art. 81, 82 y 83); la ciencia y tecnología (art. 97 y 98 y 99); las aguas (art. 134-142 y 144) los sistemas de justicia (342 y sigtes.), etc.

En definitiva, todos los derechos quedan condicionados y subordinados a conceptos ambiguos, vagos e imprecisos que serán interpretados por el poderoso de turno, que no estará sujeto al control de tribunales independientes, porque los jueces quedan sometidos al poder político. Todo lo cual tiene una gran excepción, que son los pueblos indígenas que básicamente pueden hacer lo que quieran en lo de ellos e intervenir o derechamente vetar lo que hagamos los chilenos con lo nuestro.

Una Constitución consiste en un documento jurídico llamado a limitar el poder del Estado y del poderoso para proteger a las personas y sus derechos de ese poder. Este borrador hace exactamente lo contrario, les otorga todo el poder al Estado y sus administradores; y se los quita a las personas que transforma de ciudadanos en súbditos. Por eso, esta más que una Constitución es una deconstitución.

Esto por supuesto no es casual sino que sigue la teoría de los “significantes vacíos” del neomarxista Ernesto Laclau (Hegemonía y Estrategia Socialista, hacia una radicalización de la democracia), que es un manual de toma y control del poder, que consiste en, primero, apropiarse y desvirtuar el lenguaje para después tomar control del que lo interpreta. Para que me entienda, por ejemplo la palabra “lucro” la transformaron de un concepto contable en un insulto.

Cuando a usted le duele el corazón va a ver un cardiólogo; si quiere construir una casa va donde un arquitecto y si tiene una panne con su auto va al mecánico. En Chile teníamos un desafío constitucional y en vez de pedirles a expertos constitucionalistas que miraran el bien común le encargamos la redacción a impostores, fanáticos y activistas que produjeron un mamarracho en la periferia y un texto antidemocrático en la sustancia.

Por eso los que soñaban con una casa de todos que tuviera la racionalidad de una universidad, la solemnidad de un convento, la neutralidad de una clínica y la empatía de una hogar de ancianos, tienen ante sus ojos una choza, con la estética de un block soviético y la empatía de un sanatorio nazi. La verdad es que este es un texto que me recuerda el título de esa película de los hermanos Cohen “Quémese después de leerse”. (El Mercurio)

Gerardo Varela