Se acabaron las vacaciones escolares. Vuelta a clases y a la realidad del sistema educativo nacional. Tristemente, para muchos niños y jóvenes esto implica enfrentar un tipo de violencia muy común en los colegios del país: el bullying.
La psicología define a una víctima de bullying como alguien que repetida e intencionalmente ha recibido ataques de otros. Este comportamiento, indica la literatura, emerge en contextos sociales en donde existen desbalances de poder y gran diversidad. Así, la sala de clases representa un caldo de cultivo ideal para el brote del dañino germen y Chile es un buen ejemplo: del total de los establecimientos que reportaron este tipo de agresiones, un 52% eran municipales, 44% particulares subvencionados y 4% privados (MINEDUC, SIMCE, 2° medio). Tales cifras son consistentes con las de múltiples estudios que han documentado preocupantes niveles de violencia en nuestros colegios y escuelas.
Pero no cualquier diversidad promueve el bullying escolar. Por de pronto, la evidencia ha demostrado que heterogeneidad en habilidades cognitivas dentro de la sala (capacidad para apropiarse de contenidos) no necesariamente incita el fenómeno. No es el caso, sin embargo, de las habilidades socioemocionales: poseer relativamente bajos niveles de determinados rangos de personalidad (autocontrol y autoestima) puede doblar la probabilidad de ser objeto de bullying . El número de alumnos en la clase de hogares que sufren violencia intrafamiliar es otro factor asociado al negativo comportamiento social.
¿Y los efectos de largo plazo? En un reciente estudio escrito junto a Miguel Sarzosa analizamos la pregunta para Corea del Sur, un país con altos índices de bullying en los colegios. Los resultados alarman. Ser víctima a los 15 años aumenta la incidencia de enfermedades mentales varios años después de la agresión, incrementando los niveles de estrés y depresión. Y para quienes al momento de ser victimizados poseían bajos niveles de habilidades socioemocionales, el daño es aún mayor. Entre ellos se observó incluso un menor acceso a la educación superior.
No es fácil extrapolar estos resultados al contexto nacional (la falta de datos impide repetir el análisis), pero basta notar la agresividad del chileno en la calle, micro, metro, playa, parque, centro comercial, estadio, marchas, para sospechar que los altos niveles de violencia en los colegios del país pueden tener efectos de largo plazo.
Por eso la nueva ley de inclusión conlleva desafíos formidables. Mientras más diversa es la clase, mayores son los retos del proceso educativo. Así, una inclusión efectiva requiere no solo prácticas educativas individualizadas y protocolos de disciplina claros, sino también trabajos específicos con las familias. El comienzo del nuevo año escolar preocupa: sin afán de hacer bullying , tengo la «intuición» de que las autoridades poca atención han prestado a lo que realmente significa la inclusión.