Estamos ad portas de un nuevo plebiscito constitucional. La ciudadanía en una semana deberá decidir si acepta la segunda propuesta de Constitución, emanada de un grupo de ciudadanos elegidos especialmente al efecto. No cabe ninguna duda de que este proceso se llevó a cabo con mayor nivel de sobriedad, respeto y madurez que en el que me correspondió participar. Aquí no hubo amenazas, disfraces, paseos, duchas ni cancelación de quienes pensaban distinto; no obstante, resulta justo advertir que se trató de un proceso reglado con 12 bordes y con la participación inicial de expertos(as), que propusieron un texto que sirvió de puntapié inicial para el trabajo de consejeros(as) electos(as). Así entonces, a diferencia de la hoja en blanco de la Convención y de la falta de procedimientos de discusión, aquí se partía de la base que existía un procedimiento, reglas y un texto previo, lo que sin duda redujo considerablemente el riesgo de un nuevo desborde discursivo.
El 17 de diciembre habrá muchos cruces de opciones. Algunos de los que ayer estuvimos en el Rechazo, hoy estarán A favor y otros En contra, algunos que ayer aprobaron hoy abrazan la opción En contra.
Muchos se confundirán pensando que se trata de un plebiscito para evaluar el gobierno del Presidente Boric, y otros, que se trata de apoyar alguna opción presidencial futura. Pero a diferencia de lo que nos jugábamos el 4-S (la continuidad de la democracia liberal), cualquiera sea el resultado del próximo domingo, nuestra república no cambiará sustancialmente.
No se trata de un proyecto refundacional ni que ponga en riesgo los valores que nos motivan a vivir en sociedad, ni se distinguirán los derechos de las personas en razón de su etnia, religión o condición social; no se eliminarán instituciones republicanas y tampoco se buscarán divisiones partisanas. Lo anterior permite que el debate sea de menor intensidad y pasión y resulte legítimo y posible discernir sobre contenidos, detalles y opciones de lo que cada persona piense del texto.
Ello explica el debate sobre los derechos sexuales y reproductivos, el verdadero alcance del Estado social y democrático de derechos o el impacto de las normas sobre el Derecho administrativo sancionador.
De igual forma, las normas relativas a la probidad y la seguridad serán las que motiven a muchos en medio de un contexto generalizado de inseguridad y con casos recientes de corrupción.
Tal como dije antes, el resultado del 17-D no moverá la aguja de Chile, ya que las condiciones que dieron origen al estallido y el debate constitucional se mantienen y empeoran respecto de 2019. Hoy, Chile es más pobre, tenemos más desempleo, mayor endeudamiento, menor crecimiento, más delincuencia, más violencia, más corrupción y más polarización y bloqueo político que en 2019. Así las cosas, debemos asumir que nuestra crisis es más profunda y la ciudadanía percibe que un texto constitucional no es la forma de superarla.
La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿Qué hacer como sociedad para salir de la crisis? Se esperaría que nuestros líderes (si es que hay) asuman la conducción de un nuevo proceso, pero no constitucional, sino un proceso decisivo en terminar con el bloqueo recíproco de las últimas cinco administraciones, que han significado la imposibilidad de las grandes reformas esperadas por los ciudadanos de a pie: salud, pensiones, educación, seguridad, probidad y crecimiento.
Se esperaría que se autoconvocaran y se diseñaran tres o cuatro medidas concretas en el sistema político para terminar con el bloqueo y se encerraran sin levantarse, hasta llegar a acuerdos satisfactorios para Chile en los temas mencionados.
Chile no resiste una década más con los actuales niveles de desigualdad, rabia, resentimiento y mal servicio público. Necesitamos que la ciudadanía vuelva a creer en sus gobernantes y eso supone que quien resulte electo pueda implementar su programa y los ciudadanos puedan exigirle accountability, y no escuchar excusas de falta de mayorías o de responsabilidades de las administraciones anteriores.
Nuestra sociedad demanda pasar de las explicaciones a las soluciones, y eso supone mejorar las normas del sistema político y abocarse a resolver los temas país, solo así podremos superar la crisis que nos aqueja y garantizar estabilidad institucional y paz social, ya que deberíamos haber aprendido la lección de que la calle (con la cual muchos hacen gárgaras) demanda reformas, mas no revoluciones. (El Mercurio)
Felipe Harboe Bascuñán