¿Por qué hablar de “escribir” si podemos ser sofisticados y decir “labor escritural”? ¿O pronunciar un sencillo “abrir” si “aperturar” es más impresionante? ¿Y para qué aludir a los “baños para mujeres” si podemos referirnos a las caletas “con perspectiva de género”? La jerga posmoderna tiene sus riesgos y el Presidente pagó la cuenta, aunque hay que reconocer que entenderlo a él es mucho más fácil que a su exnovia.
Hay un artículo divertido del profesor canadiense Stephan Katz, “Cómo hablar y escribir en posmoderno”, en que deja claro que “no es tan importante que usted se declare o no posmoderno, pero sí demostrar que habla y escribe como tal”. Katz recalca que “el lenguaje sencillo y cotidiano está fuera de lugar. Es demasiado realista y evidente”.
Por tanto, si queremos impresionar a un auditorio y no pasar por intelectualmente insignificantes, hay buenas recetas. Entre ellas, “utilizar metáforas, jerigonza universitaria y expresiones indeterminadas”, según Katz. También recurrir a plurales, prefijos —ideales son “meta” o “inter”—, paréntesis y guiones. Ayuda citar autores franceses, como Lyotard, Barthes, Foucault, Lacan y Derrida o, mejor aún, hablar de “barthesiano” o “lacaniano”. Y dan lustre palabras como “arquetipo”, “performático”, “intertextual” y “ecosistema”, que sirven para cualquier cosa (total, nadie entiende mucho).
El lenguaje posmoderno es una herramienta muy recurrida por el feminismo radical para dejar al público atónito y aterrado. Es una jerga que oscurece el lenguaje y lo torna inhóspito y elitista. Además, suele agregar una carga ideológica a propuestas que no debieran tenerla, como la estupenda idea de construir baños y vestidores para las mujeres en las caletas.
El dialecto posmoderno —surgido hace décadas y que suele reinar en las aulas de los “estudios de género” y otros ámbitos— torna difícil avanzar en proyectos que de verdad aporten a la vida de las mujeres. Es difícil dialogar con un léxico oscuro, lo opuesto a lo que pedía el filósofo Karl Popper, para quien “la búsqueda de la verdad solo es posible si hablamos sencilla y claramente, evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales”.
Ojalá este próximo 8 de marzo, Día de la Mujer, nos pille con los ánimos más templados y el lenguaje más claro. Hay que transmitir mejor lo que falta para emparejar la cancha, como el kínder obligatorio, la sala cuna universal, un buen posnatal masculino y la equidad en la educación parvularia. La gran barrera para el acceso de la mujer al mundo laboral es hoy su comprensible temor a no dejar los hijos en buenas manos. Y mal podría cambiar nuestra situación demográfica (el tema que nadie quiere tratar) si no hay un piso para apoyar una buena crianza.
Por eso le digo al Presidente: bienvenidos sean los baños de mujer, que indiquen clarito el sexo al que están destinados. Las mujeres los necesitamos. Aunque… ¿no era el concepto de mujer un constructo o convención cultural propia del patriarcado heteronormado que debemos subvertir? (El Mercurio)