Cambiar para crecer- Guido Girardi

Cambiar para crecer- Guido Girardi

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El modelo de desarrollo chileno, basado en la exportación de materias primas, fue exitoso en el siglo XX. Hoy, sin embargo, esa estrategia se muestra incapaz de generar altas tasas de crecimiento, mejores empleos, incremento de remuneraciones. Así las cosas, la necesidad de innovar en nuestra estrategia de desarrollo hoy es urgente incluso para el más ferviente cultor de la mano invisible de los mercados.

El mayor desafío que enfrentamos en el siglo XXI es impulsar una economía cuyo eje central sea la incorporación de la ciencia, la tecnología y la innovación, porque la gran amenaza ya no pasa por el deterioro de una u otra moneda o por la ausencia de proyectos de inversión. En la economía del conocimiento, el que no es capaz de innovar está condenado a la obsolescencia.

El progreso tecnológico cambia al mundo de manera acelerada. Netflix, Uber, Airbnb y otras plataformas transforman las relaciones humanas y crean una nueva economía. Chile no puede ser como Kodak, que con 100 mil trabajadores, fue desbancada por Instagram, con solo 37 empleados.

El desafío es de envergadura y está lejos de ser solo un problema de los privados: nuestra institucionalidad no sincroniza con el exponencial avance tecnológico. La política no entiende la era digital y vive en una temporalidad pasada, en un mundo que ya no existe.

Sin ir más lejos, en una época en que la ciencia y la tecnología son el motor del desarrollo, Chile solo destina el 0,38% del PIB a investigación y desarrollo, uno de los presupuestos más bajos y distante del 2,6% promedio de la OCDE.

Pero el drama no se agota en la política pública, ya que, a diferencia del resto del mundo desarrollado —donde dos tercios del presupuesto para ciencia es aporte privado—, en Chile la mayoría de las empresas apenas innova y destina un raquítico 0,1% del presupuesto para investigación y desarrollo, en gran medida porque son rehenes de la cultura del “dinero fácil y rápido” de los commodities. No reparan en que sin innovación la minería, la madera, la fruta, la acuicultura dejarán de aportar trabajo y desarrollo al país.

Es hora de salir de la burbuja. Por su ubicación privilegiada, Chile ya es líder mundial en astronomía, energía solar y en laboratorios naturales —Norte Grande, Patagonia subantártica— para estudiar los impactos del cambio climático. Pero también puede serlo en minería verde si se utiliza agua desalada con energía solar y relaves tratados con biotecnología para no seguir exportando piedras a China, donde, después de extraerles y aprovechar distintos minerales, las transforman en cables que nos venden.

La madera puede ser tan relevante como el vino, pero con una industria forestal inteligente que reforeste masivamente plantaciones —con nativas y exóticas— que ayuden a captar CO2, a generar lluvias, recuperar suelos y ecosistemas y, además, que desarrolle tecnología para que edificios y casas sean de madera.

Para ello, la reforma tributaria no solo debiera ser utilizada como un instrumento de recaudación, sino para modernizar nuestra economía con incentivos a la innovación y a la investigación y, a la vez, para gravar males sociales como tabaco, alcohol, alimentos con sellos, emisión de carbono, etcétera.

Hay que rescatar a la salmonicultura de su peor enemigo: su actual forma de producir. El deterioro medioambiental de los ecosistemas donde están los peces, así como la desmedida aplicación de antibióticos, matará esa industria. Con desarrollo tecnológico, respeto ambiental y vacunas, esta actividad puede emular los logros de la agricultura que —teniendo como suelo arable tipo 1 solo el 1% del territorio chileno— exporta cerca de 22 mil millones de dólares anuales.

Todo eso requiere ciencia, tecnología e innovación, pero también entender que el compromiso ambiental en la elaboración del producto será fundamental para el que lo consume. En Nueva York ya hay restaurantes que no ofrecen salmón chileno, y pronto el cobre, con una alta huella de carbón, será rechazado. De forma creciente, a los productos se les exigirá un sello ecológico donde serán determinantes la huella hídrica y de carbono o la forma y los conflictos en la extracción de madera.

Por eso, es fundamental aumentar los estándares ambientales. A lo mejor, en el pasado, el empresariado apoyaba una institucionalidad ambiental débil, cuyas calificaciones ambientales tenían un bajo estándar e incluso con informes técnicos negativos, pero hoy este modelo es la mayor amenaza para una empresa en el siglo XXI, pues las inversiones carecen de certeza y es el Poder Judicial el que está respondiendo a la creciente conciencia de los consumidores por productos más ecológicos.

 

El Mercurio

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