Camino pedregoso-Sebastián Claro

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El camino hacia una nueva Constitución abre oportunidades e incertidumbres. Posiblemente, la gran mayoría de los chilenos reconoce los riesgos de este proceso, pero estuvo dispuesta a jugársela por una nueva Constitución, ya sea por convicción sobre algunos cambios que considera necesarios o por miedo a que el statu quo no sea solución al entrampamiento actual.

A partir de ahora, el equilibrio será frágil. En un ambiente de expectativas sobredimensionadas en su alcance, la Convención Constitucional debe diseñar una Constitución que introduzca modificaciones a la actual para mejorar aspectos que no funcionan bien —especialmente en el sistema político—, manteniendo al mismo tiempo las bases fundamentales que han permitido el desarrollo de Chile en las últimas décadas. Hay algunas razones para estar optimista. Las visiones técnicas y más experimentadas parecen concordar en cuanto a la necesidad de un texto equilibrado y, aunque en algunos casos aparecen matices importantes, una visión moderada parece dominar.

Este optimismo se desvanece, sin embargo, con el actuar de dirigentes políticos groguis con el resultado electoral. Si la discusión parlamentaria estaba desordenada antes del plebiscito, la poca confianza que la ciudadanía mostró el fin de semana con la dirigencia hace que muchos congresistas busquen desesperadamente retomar el control de la situación. Nada lo representa mejor que la frase de un diputado justificando su aprobación al retiro del segundo 10%: “Si algo nos enseñó el resultado del plebiscito es que tenemos que empatizar más”. Con ese argumento, el sistema de capitalización individual corre serio riesgo de acabarse, y junto con él, el sueño de mejores pensiones y de una deuda pública razonable.

Sin desconocer las interrogantes del proceso constituyente, la principal incertidumbre parece estar en cómo el Congreso procesa los resultados. Si el esfuerzo por congraciarse con una ciudadanía esquiva significa soltar amarras para generar beneficios de corto plazo —aunque el precio sea muy alto—, el futuro se ve oscuro y la decepción, inmensa. Cuesta pensar que la legitimidad volverá con políticas que perjudican el empleo y cuyas inequívocas consecuencias son pensiones más bajas.

El éxito del camino que iniciamos exige que la Convención Constituyente trabaje de manera seria y colaborativa en materias de la mayor importancia, sin dejarse llevar por las barras bravas. Pero también es fundamental que el Congreso no deje al país mal herido, vaciando el sistema de pensiones y con cuentas públicas entre la espada y la pared. Por este camino, la nueva Constitución no tendrá mucho donde asentarse. (El Mercurio)

Sebastián Claro

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