Partamos por los hechos crudos. El jueves 19 de enero el embajador de Argentina en Chile asistió a una reunión ante la comisión de Relaciones Exteriores del Senado de nuestro país. Ahí alegó por el rechazo de Dominga y su efecto en el transporte de mercaderías argentinas por el puerto de La Higuera (“cinco especies de animales se despertaron brincando hoy porque no van a desaparecer”) y por la falta de advertencia del canciller anterior ante una redefinición de la Plataforma Continental (“¿era necesario desairarnos y dejarnos como imbéciles con esta actitud?”) (EM, 20/01).
Al día siguiente, nuestra canciller se reunió con sus asesores internos para analizar los dichos del embajador (secretario general, jefa de gabinete, director de Planificación Estratégica y jefa de Comunicaciones). Esa reunión se grabó y la grabación, por error, fue diseminada el 24 de enero a cuatro medios de comunicación, y de ahí a las redes sociales. La grabación, que dura 6 minutos, está en YouTube y vale la pena escucharla para saber de primera mano qué se habló.
No creo que sea necesario insistir en la falta de prudencia de nuestras autoridades, tanto por el hecho de grabar sus conversaciones internas (especialmente tratándose de temas internacionales) como por la ausencia de protocolos en su publicidad. Tampoco en el lenguaje empleado —garabatos y criollismos incluidos— ni en la falta de articulación de sus participantes, salpicada con frases incompletas e ideas deshiladas. De eso ya se ha hablado suficiente y cae por su propio peso.
Concentrémonos, en cambio, en las preocupaciones profundas que se destilan de esa grabación.
Se preocupan de un tema preciso y pasajero de gobierno y no del interés permanente del Estado. El tema de la molestia es Dominga, “un tema de campaña” que “toca directamente a la actual administración”, y no el asunto de la Plataforma Continental. “No me voy a referir al tema de la Plataforma Continental. Lo realmente irritante es el tema Dominga. Esa huevá es terrible. Es un pencazo a esta administración. Lo otro que se haga cargo Allamand de las cagadas, poh”. O sea, habría dos tipos de problemas: los de primer orden (del gobierno de turno) y los de segundo (los del Estado).
Se confunde la forma con el fondo. Se hace referencia a la actual subsecretaria de la Cancillería, criticándola porque habría estado por no advertirles a los argentinos del asunto de la Plataforma Continental. “En la huevá de fondo, él (el embajador) tiene toda la razón. Invita a Allamand a una cena, comen, brindan, se curan, conversan y dos días después le pegan el pencazo por el tema de la plataforma y quedó picado”. Eso de no avisar podría verse como algo rudo, pero podría tener una explicación —aunque lo desconozco— en relación con los intereses de Chile, evitando dar un espacio de maniobra a nuestro país vecino. Decir que la falta de advertencia sería un asunto de fondo, sin más, parecería miope y frívolo.
Se menciona de refilón un tema de un buque inglés, que pareciera haber sido un “favor” a Argentina, en relación con “una negativa a un patrullero oceánico basado en las islas Falkland/Malvinas para visitar puertos chilenos” (carta de Toro, EM, 26/01), pudiendo afectar la libertad de navegación y nuestras relaciones con Inglaterra. Esto salta como un tema sensible, de esos que merecen tratarse con sigilo y prudencia.
Pero lo más grave viene después. Se escucha un comentario más propio de una asamblea de estudiantes que de los custodios de nuestra soberanía y relaciones internacionales: “Los acuerdos, así como se suscriben, se pueden dejar caer”, y luego se ratifica: “Nosotros podíamos hacerlo caer y teníamos presiones para eso”. Cualquier adulto sabe que dejar sin efecto acuerdos tiene o puede tener consecuencias, más si se trata de asuntos internacionales entre dos países vecinos cuyas relaciones históricas no han sido miel sobre hojuelas.
Por último, la grabación refleja una forma de enfrentar los desafíos de una manera táctica y no estratégica. “Si nos sacó a la prensa, lo sacamos a la prensa también”; “tenemos mucho margen para pegarle a este huevón”. Esa actitud reactiva y sanguínea no se condice con una Cancillería que se preocupa por el largo plazo y que debiera actuar cual experimentado y frío jugador de ajedrez.
Chile necesita explicaciones. Esas explicaciones deberían venir directamente de quienes emitieron los juicios y comentarios según consta de la susodicha grabación. Luego de cada explicación particular podrían venir las disculpas del caso, y lo que es más relevante: las medidas de largo plazo que se adoptarán para corregir los temas mencionados.
El resto es chimuchina, grasa y chayas: el lenguaje de tinte coa utilizado (“tocar la oreja”, por ejemplo), el despido/renuncia de la jefa de Comunicaciones, la denuncia ante el Ministerio Público (como si el instrumental penal fuese eficaz en temas esencialmente políticos), las disculpas de la canciller y su negativa a renunciar, las reacciones de las máximas autoridades argentinas, la nota de protesta del Senado por adjetivos utilizados en contra de dos senadores, las intrigas al interior del Gobierno y la risible hipótesis de espionaje que levantan un diputado y un alcalde.
Esas explicaciones debieran dejarnos tranquilos en que la Cancillería está empeñada en defender los intereses permanentes de nuestra nación y no en fungir como una rústica caja de resonancia de las impericias cortoplacistas del actual Gobierno. (El Mercurio)
Felipe Irarrázabal