Ser diputado y usar una polera con la imagen de un senador asesinado. Decirse demócrata por condenar a Pinochet, pero denostar la democracia de los acuerdos; exigir que renuncie Piñera y promover una asamblea constituyente bolivariana. Explicar que las mujeres que no abogan por el aborto libre, o las “pacas” o las madres, no representan a las mujeres. Acusar por décadas a las AFP de robar la plata de los chilenos, para luego advertir que los ahorros están intactos, y paradójicamente lograr lo que parecía imposible: que la gente valore su ahorro individual, a pesar de la necesidad de mejorar el sistema.
Entrar a la Convención Constitucional disfrazado y sin zapatos para redactar la Constitución. Invocar por décadas el estatuto internacional de los derechos humanos como un mantra sagrado, para luego afirmar que la hoja en blanco permite refundar la República en lo que sea que decida una mayoría circunstancial y radical. Reconocer, tras dos procesos constitucionales fallidos, que la Carta del 80 ha sido reformada y legitimada en democracia.
Referirse al ciudadano de bajos recursos que vota por el centro o por la derecha como “facho pobre”. Decir que se quiere derrocar al capitalismo, cuando se asiste al Chile Day en Londres para apoyar la inversión. Abrazar “la diversidad” y promover la injerencia hegemónica del Estado en educación. Tildar de transfóbico a quien plantea preocupación o dudas frente a la terapia afirmativa en menores de edad. Insistir en que es la desigualdad y no el decrecimiento el que aumenta la delincuencia. Rasgar vestiduras cuando se tramitan las leyes de violencia de género y de acoso laboral, y luego afirmar que no es llegar y creerle a la denunciante de Monsalve, porque este no es “cualquier portero”.
Fustigar por años a la Teletón, llamarla “circo mercantilizado y miserable”, y luego disfrutarla a rabiar. Llamar “enfermo mental” al adversario electoral y “líder espiritual” al Presidente de la República. Trenzarse el pelo en el hemiciclo de la Cámara, mientras se participa del debate de la Ley de Presupuesto. En fin…
Cuestionar las credenciales democráticas de la derecha, del centro, de la centroizquierda, de independientes, de militantes, de ateos y creyentes, de ricos y de “fachos pobres”, de mujeres, minorías, trabajadores, académicos, periodistas, analistas y ciudadanos. Cuestionar y creerse superior a todo aquel que no escoja satanizar el mercado, repudiar a la familia o abjurar de la chilenidad. Creerse superior que otros por no usar corbata.
Eso es frivolidad, y esa frivolidad, cansa. (El Mercurio)
Fernanda García