A estas alturas nadie, salvo lo más pertinaces, duda del fraude orquestado por Maduro y su entorno en las elecciones del 28J. De la propia institucionalidad venezolana a lo más cabe esperar una “sentencia” del Tribunal Supremo de Justicia -cooptado por chavismo-ordenando la repetición de las elecciones. Ello sería una escapada hacia adelante, una burda forma de pasar el vendaval y, siguiendo el ejemplo cubano, resistir los bríos del imperialismo.
La influencia de La Habana en Venezuela es de público conocimiento, aunque como en toda relación entre dictaduras, las conexiones son opacas, la información casi secreta, marginando los datos de toda observación formal. No obstante, según reportajes de prensa internacional e información recabada por ONGs que operan en Venezuela, el gobierno cubano ha proporcionado a Caracas personal de seguridad para proteger a Maduro y la élite política, le ha brindado apoyo de contrainteligencia para debilitar insurrecciones (incluidos los que podrían organizarse desde dentro de las Fuerzas Armadas Bolivarianas) y asesoramiento para neutralizar los esfuerzos internacionales destinados a promover un cambio de régimen. Maduro, y antes Chávez, parece admirar el éxito del castrismo para mantenerse en el poder y ha empleado sus mismos métodos -represión, censura, control social y migración- como medios para reducir la presión política y social. Hoy, La Habana es un elemento decisivo en la mantención de Maduro en el poder y, por eso, la resolución de la crisis venezolana pasa inexorablemente por Cuba.
Sin embargo, de lo que ha trascendido, el plan diseñado por Brasil, Colombia y México para abordar la situación de Venezuela no incluye referencias al rol que cabría a Cuba. Y no es de extrañar. En la última visita del presidente cubano Díaz-Canel a México, AMLO declaró que el gobierno de Cuba es “profundamente humano” condecorando a su par con la más alta distinción del Estado mexicano. Petro, además de su afinidad histórica con la revolución cubana, debe evitar que se abra otro flanco con Cuba, que ha albergado las complejas negociaciones entre Colombia y el Ejército de Liberación Nacional. Brasil continuará jugando a la ambigüedad estratégica, amén de resguardar sus propios intereses políticos y económicos con la isla.
El Presidente Boric ha fijado con claridad su postura frente a Venezuela: el triunfo autoproclamado de Maduro no es creíble por lo que debe existir una verificación externa. Pero esta aseveración conduce a un camino sin salida. Las actas con los resultados originales no serán entregadas y si bien Caracas podría aceptar una verificación internacional, jamás se abrirá a un escrutinio “imparcial”. Por ello, si Chile tiene la voluntad real de apoyar una transición en Venezuela será indispensable participar de iniciativas que impliquen, entre otros, a Cuba. ¿Existe arrojo en el gobierno para reconocer el factor cubano en la crisis venezolana? De pasar por alto este elemento, las valiosas declaraciones del Presidente sobre Venezuela terminarán entre la impotencia y la irrelevancia. (La Tercera)
Carolina Valdivia