El problema planteado por la columna “La Iglesia saca la voz”, no es relativo al valor o utilidad social de lo que dice un obispo (como algunos lectores parecieron entender), sino a la autoridad que reclama para decirlo.
Lo que he sugerido es que lo que un obispo dice en cuestiones de política es útil y valioso, pero carece de autoridad o de especial título para pretender que lo que dice es correcto o verdadero. En cambio, he agregado, para un católico lo que la Iglesia enseña en materias relativas a la vida es insustituible y tiene, para un católico, un valor de verdad derivado de la revelación y la tradición y es su deber adherir a ello. Luego, se puede ser católico discrepando de las opiniones políticas de la Iglesia; pero no se puede pretender ser católico de veras apartándose de las verdades incondicionales que la Iglesia proclama, entre las cuales está el valor final de la vida.
El problema puede así ser reducido a dos preguntas relacionadas que invito a los católicos, incluidos los obispos, a responder. ¿Es propio de un católico adherir a ciertas verdades incondicionales relativas al inicio y fin de la vida?
La respuesta a esa pregunta, en mi opinión (y creo que en la del magisterio de la Iglesia) es que sí, que esas verdades incondicionales existen y el católico debe adherir a ellas. De ahí se sigue una segunda pregunta: ¿tiene la conciencia del creyente un papel enfrente de esas verdades?
La respuesta de la Iglesia —del magisterio y de la teología católica— es que sí. Pero en el entendido de que la Iglesia entiende por conciencia no la certeza subjetiva, no la certeza que alcanzaría el yo en sus reflexiones, sino la apertura a esa verdad incondicional (por eso la conciencia, desde el punto de vista teológico, queda mejor descrita como anamnesis y no tiene nada que ver con la convicción íntima o puramente ideológica que algunos católicos esgrimen para adoptar y defender sus decisiones).
Pero si alguien dice que para ser católico basta adherir a una cierta idea de justicia y de solidaridad, y en cuestiones morales recurrir a la propia conciencia subjetiva, entonces no cabe sino concluir que es muy fácil y sencillo serlo. Y lo que cabría preguntarse entonces es por qué, si es tan sencillo, las iglesias están vacías y son cada vez menos quienes arriesgan su proyecto de vida en una vocación sacerdotal. ¿No será porque para cosas sencillas sobran la ideología, la terapia y la autoayuda? (El Mercurio Cartas)
Carlos Peña