Acelera partículas elementales (hadrones) hasta alcanzar un 99,999999% de la velocidad de la luz, y las hace chocar, generando altísimas energías en volúmenes muy reducidos, situación que emula las condiciones del Universo poco después del Big Bang. Su operación consume un tercio de la energía de Ginebra y sus 100 millones de sensores toman 40 millones de registros de dichos choques cada segundo, 24/7. Utiliza inteligencia artificial para escoger, cada vez, a los mil más prometedores, para analizarlos e incrementar el entendimiento de los constituyentes de la materia.
¿Por qué un grupo de países estuvo dispuesto a destinar esa cantidad de recursos para construirlo, y ahora, 1.300 millones de euros anuales para operarlo? El siglo XXI no se entiende sin responder adecuadamente a esa pregunta.
Desde que surgieron como especie, los humanos han querido entender el mundo que habitan, y, además, ser capaces de utilizar ese conocimiento para mejorar las condiciones en las que viven. Así, la curiosidad científica que llevó a físicos como Einstein a desarrollar la teoría de gravitación universal, hoy permite que el sistema GPS opere en nuestros celulares con la precisión que conocemos.
La comprensión de las leyes del microuniverso develadas por la mecánica cuántica, ha hecho posible la existencia de los microchips que alimentan el proceso de digitalización que vivimos, incluida la inteligencia artificial, los celulares y la realidad virtual. La combinación de curiosidad científica y creación de valor, valor que se obtiene al empaquetar conocimientos mediante aplicaciones innovadoras, es el principal impulsor del progreso humano en este siglo. Su interacción es no lineal y sus resultados no son anticipables, por lo que no es siempre fácil, políticamente, destinarle recursos. Sin embargo, es fundamental para enfrentar el gran desafío de dar sustentabilidad a la civilización humana del siglo XXI, una que utiliza intensamente los recursos y ecosistemas del planeta.
En efecto, los mismos superconductores desarrollados por el LHC, cuyas altísimas corrientes eléctricas alimentan los imanes que aceleran las partículas antes de hacerlas chocar, son los que, en el futuro, posibilitarán electrificar al planeta a los niveles que requiere la sustitución de los combustibles fósiles.
La misma precisión requerida para colisionar minúsculos protones y antiprotones es la que está permitiendo avanzar en terapias de altísima precisión para combatir tumores, o desarrollar mejores equipos PET para auscultar el cuerpo de las personas.
Los nuevos materiales y equipos requeridos para reemplazar al actual LHC por uno aún más potente, que genere densidades de energía aún mayores y permita entender mejor la constitución de la materia, servirá para impulsar el progreso de la humanidad en aspectos que incluso hoy no se advierten.
Chile ha postulado a ser “país miembro asociado” de CERN, la organización de países que concibió, construyó y opera el LHC. Eso implica pagar la cuota anual correspondiente, y permite tener acceso a sus investigaciones y a participar en ellas, a que sus centros tecnológicos formen parte del desarrollo de materiales y equipos que CERN requiere, y, además, a que empresas chilenas se incorporen a ese trabajo. Este ha sido un gran paso dado por la ministra de CTCI (Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación), con el apoyo del Gobierno, siguiendo los lineamientos de la Estrategia Nacional de CTCI de 2022: el país debe ser un protagonista de los avances en ciencia y tecnología y no tan solo un espectador de sus logros.
Sin embargo, ese paso por sí solo no es suficiente, es necesario internalizar las razones de su importancia. El país no ha conseguido incorporar al debate político la necesidad de avanzar decididamente en CTCI como estrategia de desarrollo de mediano plazo. Las urgencias de lo inmediato, como pensiones, salud y educación, siempre han conspirado contra ello. Pero esa es una mirada miope. La posibilidad de resolver las “urgencias” está dada por los mayores recursos que el país esté en condiciones de destinarle, y eso requiere crear valor. En el siglo XXI, el valor está en el conocimiento. Postergar el desarrollo de la CTCI y el valor que crea, solo conseguirá postergar la capacidad para solucionar esas urgencias. (El Mercurio)
Álvaro Fischer
Presidente de Hubtec