Sin duda el Presidente Trump no deja indiferente a nadie. En sus primeros 100 días de gobierno ha emitido un decreto que cierra temporalmente la entrada a EE.UU. a los inmigrantes de siete países musulmanes, firmó órdenes ejecutivas para construir el muro prometido en campaña en la frontera con México y para expulsar a inmigrantes con antecedentes penales. Ha enviado un submarino nuclear a la península norcoreana, después de haber lanzado 59 misiles contra una base aérea siria en represalia por el ataque químico ocurrido en dicho país.
Esta semana Trump cumplió con una de sus principales promesas. El gobierno presentó lo que se hizo llamar como “la mayor reforma fiscal de la historia”. Nadie ha quedado indiferente frente al anuncio, pero antes de ver sus consecuencias, creo importante explicar en qué consiste la reforma propuesta.
La reforma consta de tres partes. La primera es la rebaja de los impuestos a las personas desde 39% a 35% como tasa máxima; la segunda es la baja en los impuestos a las empresas desde el 35% actual a 15%, y la tercera es un impuesto único a capitales estadounidenses que están afuera del territorio, para que puedan retornarlos con una tasa de solo 10%.
La respuesta natural de los analistas ha sido preguntarse por el déficit fiscal que estos cambios puedan generar y en los efectos distributivos de la baja en la tasa marginal a las personas.
Para poder concluir sobre los efectos de la propuesta, es necesario entender que, tal como lo explicó el ministro del Tesoro norteamericano Mnuchin, el sistema tributario de EE.UU. es tremendamente engorroso y está lleno de exenciones, tanto a nivel de personas como de empresas, y por lo tanto, una reforma que simplifique en forma importante el sistema muy probablemente implique que los más ricos terminen pagando más y no menos impuestos, al eliminar las exenciones.
Asimismo, a nivel de impuestos a las empresas el panorama es similar. Estados Unidos, con una tasa de impuestos de 35%, recauda -como porcentaje del PIB- entre 3% y 4%; mucho menos que Chile, que recauda más de 5,5% con una tasa de 25%. Lo anterior implica que una rebaja en la tasa de impuestos corporativos, eliminando exenciones, puede llevar a que la recaudación baje menos que linealmente, ayudando a que los ingresos fiscales no disminuyan tanto; además de la compensación natural que genera la baja de impuestos sobre la inversión y sus efectos sobre el crecimiento económico y la recaudación fiscal.
Siendo EE.UU. lo gravitante que es en el mundo, que baje tan agresivamente los impuestos corporativos genera una suerte de competencia por hacer lo mismo. En efecto, Theresa May declaró que si Trump baja los impuestos corporativos a 15%, ella los va a bajar también y Macron, por su parte, también ha prometido bajar los impuestos en Francia.
Considerando la propuesta de Trump y la tendencia mundial a reducir los impuestos corporativos, la tasa de 27, 5% a la que nos llevó la reforma tributaria del gobierno de Bachelet, es excesiva y disonante con lo que está ocurriendo en el resto del mundo. (La Tercera)
José Ramón Valente