Chile y el Perú, un mismo mal sueño

Chile y el Perú, un mismo mal sueño

Compartir

Nuestro Presidente hizo uso de la palabra en la VII Cumbre de la Celac más o menos al mismo tiempo que en Chile y Argentina se conocía una nueva demostración de “desprolijidad” de su gobierno, originada esta vez en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

Si el Presidente hubiese sabido que esta “desprolijidad” afectaba nada menos que a Argentina, cuyo embajador en nuestro país había sido calificado de “h” y loco por la ministra de RR.EE. que lo flanqueaba mientras él leía su discurso, probablemente su voz o su actitud corporal habrían reflejado la incomodidad que explicablemente habría sentido.

Pero en ese momento él no lo sabía y leyó con total tranquilidad un discurso en el que se refirió directamente y por su nombre a la Presidenta del Perú y denunció que su gobierno era responsable del “baleo” de personas “que salen a reclamar lo que consideran justo”. Agregó que el número de personas que habían perdido la vida debiera “escandalizar” a los primeros mandatarios que lo escuchaban y concluyó haciendo notar “la imperiosa necesidad de un cambio de rumbo en el Perú, porque el saldo que ha dejado el camino de la represión y la violencia es inaceptable.”

Como es natural y muy razonable, a los peruanos -a todos los peruanos- les pareció muy mal lo que oyeron. En términos generales les pareció tan mal que el Presidente de Chile pontificara sobre lo que ocurre en su país, como a nosotros nos parecería que la Presidenta del Perú hablara de nuestro país y se atreviera a calificarnos. Por ello nuestro Presidente recibió una respuesta inmediata, en la misma reunión, de la ministra de Relaciones Exteriores del Perú y más tarde, por vía diplomática, el reclamo formal del gobierno peruano. En resumen, el Presidente y su ministra de Relaciones Exteriores se dieron maña, en una sola mañana, para deteriorar las relaciones con dos de nuestros tres vecinos. Un verdadero récord, incluso para el actual Gobierno.

Lo notable fue que el Presidente habló de la situación peruana con una curiosa distancia: como si esos problemas se estuvieran presentando en un lugar lejano y no en la casa de nuestro vecino. Una perspectiva que por momento trae ecos de aquellos tiempos en que en Chile había quienes se creían diferentes a nuestros vecinos y al vecindario todo. Algo así como si no fuéramos latinoamericanos o que el hecho de estar situados aquí fuese sólo una casualidad, un capricho de la geografía o de la historia, pues nosotros en realidad deberíamos pertenecer a otro vecindario. A uno, por supuesto, en el que “esas cosas” no pasaran.

Sin embargo, lo único cierto es que lo que ocurre hoy día en el Perú, guardando las diferencias coyunturales, no es en nada diferente a lo que nos ocurrió a nosotros hace sólo un par de años. Comienza con un hecho puntual, más político en el Perú (intento de golpe de Estado del presidente Castillo y su posterior destitución por parte del Congreso), más doméstico en Chile: aumento en 30 pesos del valor del pasaje del transporte colectivo.

En el Perú, razonablemente, los seguidores del depuesto Presidente salieron a las calles a protestar; en Chile protestaron los estudiantes. A poco andar en ambos países ocurrió que otros se agregaron a la protesta con sus propios motivos, al grado que el motivo original quedó pronto relegado a la condición de mero pretexto. En Chile los motivos de la protesta se ampliaron hasta cubrir un universo difícil de abarcar con una sola mirada; incluían desde el aborto libre hasta exigencias de educación gratuita y universal. En el Perú aparentemente el universo del reclamo no ha llegado a tanto y ha tendido a concentrarse en la protesta del Sur andino por el centralismo limeño. Como quiera que sea, en ambos casos finalmente todo el mundo ha terminado protestando: algunos por motivos propios, otros por motivos universales y otros más sin motivo alguno.

En los dos países la primera ola de euforia protestante dejó lugar al vandalismo y la violencia. En Chile en grados superlativos, en el Perú mucho más medido y focalizado en combates callejeros con la policía o la toma de recintos universitarios. En ambos países la reacción policial ha sido igualmente violenta, dejando un saldo de muertos y lesionados. Más letal en el Perú, en donde el número de fallecidos como efecto de la acción policial supera al de Chile, más dramático en Chile debido a las lesiones oculares que dejó el uso de balines de goma.

Y, lo definitivo, en ambos países se hizo presente el intento de aprovechar el momento por quienes de verdad tienen planes de cambiarlo todo. Aquellos que pasan muy de largo de la idea reformista para actuar llanamente como revolucionarios. Aquellos que crecen ante las multitudes proclamando la fantasía que esas multitudes prefieren oír: la fantasía de que es posible cambiarlo todo y ahora.

En el siglo XVI, Leonard Thurneysser llegó a ser el médico de la corte del Elector de Brandenburgo sin haber estudiado jamás medicina ni tener noción alguna de la materia. Lo logró merced a sus prescripciones que sustituyeron amputaciones, sangrías y purgantes por sabrosos elixires y por una solución de “oro bebible” que fue la favorita de los cortesanos.

Para algunos casos demasiados complejos, Thurneysser se apoyaba en el horóscopo y recetaba talismanes. En suma, prometía la fantasía de la salud y el bienestar sin sacrificio ni dolor. Quienes prometen lo imposible en el Perú y en Chile, son la versión contemporánea de Thurneysser. Charlatanes que ofrecen la superación de los males sociales y la saciedad de las envidias personales con remedios que no van a sanar ni traer satisfacción a nadie.

En Chile se llegó a creer que la cura de todos los males sociales la traería una Constitución que incluyera los deseos insatisfechos de cuanto grupo identitario y antisistema logró colarse en la Convención. En Perú se exige la renuncia de la Presidenta, como si ello fuese a traer consigo la solución de todos los problemas.

En Chile, afortunadamente, estamos ya saliendo de ese mal sueño. Nos quedan secuelas y malos recuerdos. Entre los últimos el temor que muchos llegamos a sentir imaginándonos un país regido por la Constitución elaborada por la Convención Constitucional y entre las primeras un gobierno que casi cotidianamente nos golpea con sus desaciertos y niñerías. En el Perú aún no se ha llegado al fin del mal sueño, pero sin duda se llegará. Les deseamos que allí arribe sin la secuela de un Gobierno que no se preocupa de la buena salud de la relación con sus vecinos.

Álvaro Briones