Hace bien que el gobierno asista a la Cumbre de las Américas que se celebrará en Estados Unidos. Sobre todo, porque esta ocasión estará marcada por nuevas divisiones ideológicas en América Latina, por la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela, y la amenaza de inasistencia de otros países en solidaridad con estos. Además, la Cumbre en Los Ángeles tiene lugar en medio de una guerra (en Ucrania) ante la cual la región se muestra dividida.
Que estos tres países no hayan sido invitados, revela no solo las dificultades que persisten en torno a sus marcos institucionales regionales -lo mismo ocurre con la OEA, ALBA, antes con Unasur, Prosur y posiblemente será el destino de Celac-, sino que exhibe las diferencias que persisten en torno a valores tan importantes como la defensa de la democracia representativa, el imperio de los derechos humanos, la alternancia en el poder y la promoción de la paz internacional.
Del mismo modo, la Cumbre de las Américas pondrá una vez más a prueba al multilateralismo y sus fallas de empalme con las reales necesidades de nuestras sociedades. Es el mismo multilateralismo que ha vuelto a ser sobrepasado por la guerra en Ucrania, y que evidencia un déficit de pertinencia y una preocupante desconexión de sus organismos con las necesidades domésticas. Más que repensarse en base a los errores cometidos, nuestro multilateralismo latinoamericano se multiplica de espalda a las demandas de articulación concreta para responder a los requerimientos ciudadanos.
Que la Cumbre suceda en medio de la postulación de Chile al Consejo de Derechos Humanos de la ONU -puesto al que también aspira la Venezuela de Maduro-, compromete al país a enrolarse detrás de un mensaje que convenza a los miembros asistentes, si quiere conquistar votos. En esta materia, EE.UU. puede jugar un rol relevante en la consecución de apoyos. Esta elección, queramos o no, simbolizará la confrontación de formas de gobierno o, en otras palabras, entre la vida en libertad y democracia frente a la represión y el autoritarismo.
Finalmente, el boicot con que algunos países amenazan a la Cumbre de las Américas coincide con sus simpatías a Putin. La invasión militar a Ucrania no solo ha derrumbado el prestigio internacional del líder ruso, sino que está comprometiendo la influencia geopolítica que por décadas cultivó Moscú en la región. El vacío internacional que fertiliza Putin podría mejorar ostensiblemente la posición e influencia regional de Estados Unidos, pero ello exige un compromiso mayor para reconstruir las estructuras democráticas y económicas de diversas naciones, que, ante la ausencia de seguridad y futuro, generan una migración creciente que afecta no solo a Washington, sino también a países como Chile.
Por estos motivos la Cumbre será un buen test para conocer el estado de salud y la real voluntad de avanzar hacia un nuevo orden. (DF)
Teodoro Ribera