El blanco, el azul y el rojo han vuelto a las pantallas de los canales de televisión chilena y a los atuendos de nuestras autoridades de gobierno, partiendo por el Presidente de la República, Gabriel Boric. Ministros, subsecretarios, delegados presidenciales, gobernadores y alcaldes se pelean los lugares destacados en las fondas y ensayan un pie de cueca frente a las cámaras con mayor o menor éxito y destreza.
La bandera chilena luce orgullosa su estrella solitaria de color blanco, relegando a la estrella mapuche azul de muchas puntas a un rincón de un closet en espera de mejores tiempos para ella. Los estandartes de combate de nuestro glorioso Ejército marchan a los sones de la bella canción de Los Cuatro Cuartos, acompañando el gallardo paso de nuestros soldados en la parada militar en un desfile aplaudido por cientos de miles de chilenos.
Sean bienvenidos estos gestos de respeto a nuestras tradiciones de las autoridades de gobierno. Ojalá reflejen, al menos en algunos de ellos, un acto de contrición por el desaforado intento de refundar Chile, desechando el sentir de la mayoría de nuestros compatriotas. El espíritu de estas extendidas Fiestas Patrias nos obliga a celebrar esta actitud de varios que hasta hace algún tiempo justificaban ofensas y vejámenes a nuestros símbolos patrios.
Sin embargo, ese mismo espíritu nos llama a pedirles que agreguen a sus acciones simbólicas otras que reflejen respeto por las convicciones y la manera de pensar de la mayoría de los chilenos hoy día. El clamor por enfrentar al crimen que se enseñorea en nuestras calles, sin pausa ni siquiera en estas celebraciones,no puede ser desoído. No puede ser que terminado septiembre se vuelva a imponer el espíritu de octubre y se pretenda que nuestras policías y fuerzas armadas enfrenten con las manos atadas el poder de fuego de quienes los atacan (en la coyuntura actual; el crimen organizado). Es un deber urgente del gobierno llegar a un acuerdo con la oposición en la definición de las reglas de uso de la fuerza (RUF).
Por otra parte, el gobierno debiera moderar su nuevo impulso legislativo si toma en cuenta el sentir mayoritario de la población reflejado en las encuestas. Se entiende que persista en su afán de lograr un acuerdo en el pacto fiscal que le permita terminar su mandato sin agregar a los resultados de su gestión el oprobio del mayor desequilibrio fiscal desde los acuerdos sobre déficit estructural del gobierno de Lagos. Pero no es razonable que intente imponer iniciativas de alta conflictividad y desacuerdo entre las fuerzas políticas o bien altamente impopulares entre la población.
Es el caso de la reforma de pensiones, donde reiteradamente los trabajadores han expresado su preferencia por destinar cualquier cotización adicional a incrementar las cuentas de capitalización de modo de aumentar sus pensiones futuras. El gobierno insiste en destinar recursos de los trabajadores para aumentar las actuales pensiones: no hay plata fiscal para ello, argumentan. Pero extrañamente sí hay plata para regalar a alumnos deudores del CAE una cantidad mucho mayor que el 1% del PIB que se requiere para pensiones. Sobre todo si consideramos que la plata del CAE sería dirigida a ayudar a personas que, por pasar por la educación superior, llegan a tener ingresos que son 2,4 veces superiores a quienes no lo hacen, un premio superior al promedio de la OCDE. El gobierno entonces tiene una opción ideológica por los estudiantes de educación superior a quienes favorece con recursos fiscales en desmedro de los jubilados.
Por último, se echa de menos un poco de pudor en el actuar del gobierno. Mezclar expresiones patrióticas con propaganda a favor de algunas reformas no corresponde. No vaya a ser que este fervor patriótico tardío sea interpretado como una impostura más del gobierno de Gabriel Boric. (El Líbero)
Luis Larraín