Hoy comienza la versión de Enade 2023 con un lema interesante y provocador: “concordia discors”, la conexión de la divergencia. El universo —dice el folleto de este encuentro—, a pesar de estar compuesto de elementos contrarios y propensos a la dispersión, la desunión y el desorden, sin embargo, logra articularlos en un “cosmos” y no en un “caos”. Esta idea de la convergencia de la divergencia, o concordia discordante, es un concepto neoplatónico que el poeta y pensador polaco Sarbiewski retomará en el siglo XVII, para referirse a la “agudeza” en el estilo. Dice Sarbiewski: “la agudeza de una oración que contiene una afinidad, una alianza de lo acorde con lo discorde o, dicho de otra manera, una concors discordia”.
Para un hombre del tiempo del barroco, el que dos elementos divergentes se junten no produce desarmonía, sino un nuevo orden. Es cosa de pensar en los poetas de nuestro barroco español, en Quevedo, por ejemplo, y estos famosos oxímoron sobre el amor: “es hielo abrasador, es fuego helado/ es una libertad encarcelada”. René Char, poeta provenzal del siglo XX, dirá: “en poesía, convertirse es reconciliar”, recogiendo la posta heraclitiana de la unión de los opuestos, del arco y la lira. En tiempos de predominio del pensamiento binario como el nuestro (¿hay algo más binario que lo que circula en las redes sociales?), apostar por la conexión de la divergencia es abrir una ventana para que entre aire en un ambiente asfixiante, donde los extremos se retroalimentan en sus cómodas trincheras.
Nicanor Parra, consciente de que hay que subvertir las ideas hechas y llevar un poco de física cuántica a nuestro pensamiento, lanzó este relámpago, en momentos en que el país se polarizaba hasta el extremo de la destrucción: “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Eso es “concordia discors” en su grado máximo en política. Hoy el negocio de muchos políticos es hablarle a su público cautivo, y permanecer ellos mismos cautivos mentalmente de sus propios eslóganes que no admiten ninguna conexión de la divergencia. Pero, a veces, la realidad nos obliga a buscar respuestas distintas a preguntas nuevas y ello solo lo pueden lograr los que tengan el coraje de saltar más allá de los dogmas de su tribu. Un ejemplo es la discusión eterna entre “Estado social de derecho” y “subsidiariedad”. Una parte de nuestra izquierda se ha aferrado a una noción de Estado que no admite discusiones y una parte de nuestra derecha ha hecho lo mismo con la “subsidiariedad”. Pablo Ortúzar ha dado interesantes luces sobre este punto en una reciente columna. Nos enamoramos de conceptos y no sabemos dar el salto hacia la conexión de la divergencia que tal vez pueda darnos un camino alternativo de salida que destrabe empates catastróficos. Las ideologías de cualquier signo van en dirección contraria de lo que la misma naturaleza, el cosmos, nos ha enseñado, en esa danza de los contrarios que ha producido vida. Muchas veces las crisis y callejones sin salida de los países tienen que ver con la incapacidad de buscar con ingenio, imaginación y coraje la unión de los contrarios.
El Oriente, que no está marcado por esa oposición fundante de Occidente (expresada por Parménides) del ser como lo opuesto al no-ser, ha tenido más flexibilidad para llegar a síntesis impensadas. Sin ir más lejos, esta —para nosotros— extraña combinación de capitalismo en lo económico y comunismo en lo político, en China. No se trata, por supuesto, de repetir esa ni ninguna fórmula: se trata de desafiar a las élites que conducen los países de ser audaces para enfrentar los arduos problemas del siglo XXI con este espíritu de la “concordia discors”, nuevo y al mismo tiempo más antiguo que todo lo que parece nuevo. En Chile, nos haría bien atrevernos a pensar en esa dirección: muchas de las reformas que se necesitan han estado entrampadas demasiado tiempo por la falta de agudeza de nuestra clase dirigente para conectar lo divergente. (El Mercurio)
Cristián Warnken