Enero suele ser un mes noticioso en términos políticos y más todavía ad portas de un cambio de gobierno. De hecho, buena parte de las miradas están puestas en la selección de colaboradores que Piñera elegirá para configurar su primer gabinete. Es así que abundan las especulaciones, los datos o las medias verdades; casi todas difundidas por los propios interesados, en una mezcla de ansiosos movimientos y una tensa espera.
Con tanta información, resulta difícil distinguir lo plausible de la ficción. Así por ejemplo, nadie podría tomarse muy en serio la declaración que el Presidente electo hizo en campaña, afirmando que 3/4 de su futuro gobierno estaría conformado por militantes o simpatizantes de Evópoli, el partido más pequeño de su coalición. Tampoco habría que creerle mucho a Piñera por este simulacro de participación al que sometió a las directivas de las tiendas políticas que componen Chile Vamos, pidiéndoles listas de posibles candidatos cuando -hablemos con la verdad- lo más probable es que este tema ya lo resolvió hace semanas y, de quedar alguna duda, no será necesariamente resuelta por esa dirigencia que siempre él ha mirado con algo de desdén.
Lo que sí nadie olvida fue la errónea selección que Piñera hizo con motivo de su primer gabinete en la administración anterior, cuando su relato del 24/7, los pendrive o la excelencia de quienes en 20 días habían hecho más que la Concertación en 20 años, se desplomó de manera estrepitosa. Fue esa misma algarabía y arrogancia inicial, esa de la nueva derecha que de seguro se quedaba dos o tres períodos en el poder, la que finalmente contrastó con los paupérrimos resultados electorales del período siguiente.
Piñera ya aprendió, dicen sus más cercanos colaboradores. Sin embargo, han sugerido una serie de criterios que -a mi modesto modo de entender- no solo suben las expectativas, sino que también complejizan mucho la selección; contribuyendo a la posibilidad de defraudar a la opinión pública y a sus más fervientes partidarios. De esa forma, los futuros ministros han de tener capacidad técnica y política; individuos con destrezas para explicar y comunicar; personas que dejen por completo sus actividades privadas; con una hoja de vida intachable en lo judicial, comercial y personal; que no puedan ser ellos o sus familiares acusados de un potencial conflicto de interés; que no sean actuales senadores o diputados; que preferentemente representen a los nuevos rostros (es decir, solo excepcionalmente alguno podría repetirse el plato); que se equilibre la selección entre hombres y mujeres; y que tengan una proyección política (presidencial).
Con honestidad, y si somos rigurosos en la aplicación de los criterios, no logro siquiera completar la lista con un nombre por cargo. (La Tercera)
Jorge Navarrete