Entre la información que dejó la elección del Parlamento Europeo, no pasó desapercibida la figura de Alvise Pérez. Ese es el seudónimo de Luis Pérez Hernández, un español de sólo 34 años que, como independiente, aunque él no oculta su vocación de extrema derecha, logró obtener más de 800 mil votos en esa elección, lo que le permitió ser electo eurodiputado.
Alvise Pérez cimentó su popularidad en todos los elementos y artimañas contemporáneas que conforman la maldad política: desde la mentira sistemática por intermedio de las redes sociales para enlodar y desprestigiar a quienes considera sus enemigos políticos, hasta la obtención de fondos de quienes lo siguen en la medida que propague esas mentiras. Y también está el desenfado con que debe encarar a la justicia para enfrentar querellas derivadas de esas mentiras, las que le han costado ingentes cantidades en multas y castigos. Esa descripción bien podría ser la de Donald Trump y probablemente, como él, Alvise tampoco entienda que su vida política toda es un gigantesco acto de corrupción y que su propia personalidad, de cara a los valores democráticos, no sea más que un fraude. Sin embargo, obtuvo la votación que obtuvo y será ungido diputado al Parlamento Europeo con el único propósito, declarado con igual desparpajo por él mismo, de “blindarse jurídicamente” para eludir las denuncias que debe enfrentar por atacar a políticos y periodistas.
En su campaña como candidato no presentó nunca un programa ni propósitos a ser realizados en el euro parlamento, aunque su candidatura, conocida bajo el lema “se acabó la fiesta”, se acabó distinguiendo por un discurso en contra de los políticos y su corrupción. Un discurso en el que, junto con la corrupción, pareció dispuesto a arrasar también con la democracia, en la que ha declarado no creer y a la que le adjudica ser el origen de la corrupción que dice combatir. Como epítome de la corrupción identifica a Pedro Sánchez, el presidente del gobierno español, acerca del cual ha dicho que construirá la mayor prisión de Europa para encerrarlo… junto con los inmigrantes.
Y en ese discurso quizás esté la clave de su votación. Una clave que también puede servir para entender a Donald Trump, Viktor Orbán, Nayib Bukele y otros políticos que alcanzan lo que persiguen sobre la base de criticar acerbamente a los políticos y a la política y proponer como solución a los problemas que aquejan a la gente aquello que la misma gente propone a gritos. Y ello sin reparar en lo absurdo, desmedido, irrealizable y en muchos casos absolutamente reñidos con los derechos humanos y las libertades individuales que esas supuestas soluciones puedan ser. En suma, aquello que se conoce como populismo.
En la actualidad, en casi todo el mundo lo que más beneficios otorga al populismo es el discurso que le ha permitido alcanzar el éxito a Alvise Pérez: la crítica a los políticos y a la política, teniendo como base la corrupción. Lo desafortunado del fenómeno es que, en muchos casos, esa crítica encuentra asidero en situaciones reales. La obsesión de Alvise con Pedro Sánchez y el apoyo que ésta encontró entre sus electores, no es ajena al comportamiento que ha mostrado Sánchez durante los últimos años. Ese comportamiento, que ha sido criticado por compañeros de él de la estatura de Felipe González y Alfonso Guerra, lo ha llevado a pactar y hacer concesiones con fuerzas políticas totalmente ajenas al pensamiento socialista y a mostrarse refractario a dar un paso al costado no obstante las serias acusaciones de corrupción que pesan sobre su esposa o el muy mal resultado obtenido por su partido en la elección europea y que, a otros mandatarios como el francés Macron o el belga De Croo, los llevaron inmediatamente a poner sus cargos a disposición de los electores llamando a nuevos comicios.
No es aventurado decir, en consecuencia, que la corrupción es el mejor estímulo al populismo de comportamiento “fake” cuando se trata de candidaturas y de medidas desproporcionadas cuando se trata de gobernar. A quienes rechazamos la mentira como arma de la política y la irracionalidad de las ofertas populistas como arma electoral, debería preocuparnos, en consecuencia, la proliferación de la corrupción en nuestro país, algo que he manifestado en más de una oportunidad desde este espacio de opinión.
Desafortunadamente en nuestro país la corrupción no se detiene. No sólo en el ámbito de la política y los políticos -el blanco de ataque preferido del populismo- sino que parece alcanzar todas las esferas e instituciones de la sociedad. Es ya noticia vieja la utilización de prerrogativas de seremis y alcaldes para conceder, al margen de la ley, subsidios y otras prebendas a fundaciones o corporaciones creadas por militantes de sus partidos. Un acto de corrupción a tal grado masivo que en la actualidad se mantienen abiertas más de seiscientas causas que investigan esos casos. Pero es noticia nueva el que la semana que pasó, como consecuencia de procedimientos que lleva a cabo la fiscalía regional de Aysén, se allanaran las oficinas del Gobierno Regional de Valparaíso, de la Seremi de Vivienda de Valparaíso, del Serviu de Valparaíso y de la Municipalidad de La Calera. Y fuera del gobierno, la corrupción ha alcanzado a otras instituciones públicas: en este momento el ex fiscal jefe de Puerto Natales se encuentra en prisión preventiva por su presunta participación en delitos de cohecho y revelación de secretos.
Y la corrupción está presente también en la sociedad civil. En febrero pasado, en una carta al director del diario El Llanquihue, se daba cuenta de la situación que afectaba a una mediana empresa regional en la que un empleado, que residía en Puerto Montt, había presentado una licencia médica por todo el mes de febrero (mes de vacaciones, naturalmente), extendida por un médico de Quillota… por depresión. Ya resultaba raro que un médico de Quillota tratara a un trabajador de Puerto Montt por depresión o lo que fuera, pero más raro aún era el hecho que ese médico, de nacionalidad venezolana, a pesar de tener su título revalidado no prestaba servicios en institución médica alguna en nuestro país ni tenía antecedentes de atender privadamente en Quillota o en otra ciudad de Chile. La denuncia señalaba que se había hecho el reclamo correspondiente a la Comisión de Medicina Preventiva e Invalidez (Compin), del Ministerio de Salud, por un caso claro de venta de licencias y la respuesta había sido que la licencia estaba correctamente extendida. La misma carta agregaba otro caso que la denunciante, rindiéndose a la realidad de una corrupción que parecía no tener remedio, había decidido no denunciar ante la autoridad: el de un trabajador, hombre, por cierto, de nacionalidad venezolana que, al terminar sus vacaciones en su país había presentado una licencia médica que le permitía ampliar su estadía allí, extendida por una ¡¡ginecóloga!! también venezolana en Chile.
Si hoy miramos en nuestro derredor es imposible que no sintamos que la corrupción nos rodea. Ojalá mañana, cuando miremos en nuestro derredor, no comprobemos que esa corrupción fue el origen del liderazgo de algún mesías populista que en ese momento esté amenazando la coherencia de nuestra democracia. (El Líbero)
Álvaro Briones