Crimen y responsabilidad

Crimen y responsabilidad

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Se ha hecho costumbre —y algunos ministros suelen incurrir en ello— echar la vista atrás para eludir la propia responsabilidad por los problemas del presente. Es lo que ha ocurrido con las masacres recientes. La ministra Camila Vallejo, por ejemplo, pero este es solo un ejemplo de una conducta reiterada, dijo que las cosas serían diferentes si el gobierno anterior hubiera actuado.

Lo que la ministra sugirió es que la situación actual de inseguridad no se habría verificado si la conducta del gobierno de Piñera hubiera sido distinta.

¿Es correcta esa excusa, esa explicación?

Aparentemente, sí.

Como los acontecimientos del mundo están unidos por una cadena de causalidad, es perfectamente posible que pensemos lo que nos ocurre o lo que nos pasa, cada una de nuestras acciones u omisiones, como el resultado de una causa antecedente; cada uno de los desafíos que enfrentamos, también como el fruto de algo anterior que los excede. Eso es perfectamente posible. Pero es obvio que esa forma de referirse a la conducta remitiendo lo que ocurre hoy a una causa de ayer, no es admisible como excusa para eludir la propia responsabilidad. Suponga usted que un alumno reprueba el examen y le dice: mi nota sería muy superior si en el curso anterior el profesor me hubiera incentivado a leer más. Obviamente, el profesor sería un estúpido si luego de oír esa explicación permitiera que el alumno apruebe.

Bueno, cuando la autoridad política esgrime ese tipo de explicaciones meramente causales (relativas al gobierno anterior o a la existencia de guerras territoriales anidadas por años, etcétera) para eludir su propia responsabilidad está tratando a la ciudadanía como si fuera estúpida.

Porque ocurre que las autoridades políticas son tales porque en ellas descansa la responsabilidad final de lo que ocurre en la esfera pública. No se trata, como es obvio, de eludir el hecho de que hay causas antecedentes de lo que ocurre; pero —este es el punto— ellas no anulan en modo alguno la propia responsabilidad. En el caso del alumno que se queja de que el profesor del semestre pasado no le incentivó a leer, el profesor en vez de aceptar la excusa debiera decirle al alumno que era su responsabilidad superar, o hacer esfuerzos por superar, esa deficiencia cualquiera fueran las causas. Sartre, a quien siempre vale le pena volver, dice en Crítica de la razón dialéctica (un texto que es cualquier cosa menos conservador) que no importa lo que han hecho del hombre, lo que importa es lo que él hace con lo que han hecho de él. Esa es, concluye Sartre, la fuente de la responsabilidad. Parafraseando a Sartre debiéramos decir, no importa lo que el Gobierno ha recibido, lo que importa es lo que él hace con lo que recibió.

Y es que si de causas se trata, la responsabilidad moral, la responsabilidad política, o la responsabilidad a secas, no existirían. Todo lo que hiciéramos o dejáramos de hacer, en la medida que es resultado de una situación previa, es decir, producto de la causalidad, impediría que nos sintiéramos responsables o que hiciéramos valer la responsabilidad. Kant (a quien también debiera leerse) enseña que si nos pensamos nosotros o el mundo como un eslabón más en la cadena de causalidad, anulamos la responsabilidad y todo lo que ella lleva consigo, el castigo o el premio. Al revés del ejemplo anterior, si al alumno le fuera bien y nos dice que ello es gracias a su abuelo que le enseñó el amor por la lectura, el profesor sería un estúpido si le dice que por eso no merece una buena nota.

La responsabilidad consiste en que un cierto estado de cosas se nos atribuye a partir de un cierto momento que corta la cadena de la causalidad. Si el conductor atropella a alguien borracho es responsable, aunque su alcoholismo se deba a un trauma del que no es responsable. ¿Y en qué momento se corta la cadena de la causalidad para que nazca la responsabilidad política? Muy sencillo, cuando el Gobierno asume y cuando el Presidente toma las riendas del Estado. ¿No era para conducirlo que se solicitó el voto de la ciudadanía? De ahí en adelante, se trata de saber qué hace con lo que recibió. Tomar la conducción del Estado no es un eslabón más de la causalidad; es el inicio de una conducta que debe ser evaluada sin la excusa de lo que aconteció antes.

La ministra Vallejo y el Gobierno debieran, entonces, leer y releer una y otra vez esas páginas de Sartre y de Kant y repetir una y otra vez, hasta aprenderla de memoria, lo que debiera ser una máxima de la política: no importa tanto lo que hemos recibido, lo que importa es lo que hemos hecho con ello. (El Mercurio)

Carlos Peña