Los periodistas agradecen a los contendores y, por supuesto, al público. Las luces comienzan a apagarse, corre la música de cierre y, por lo general, los candidatos que participaron del debate se saludan frente a la cámara que hace un zoom out (lo de anoche fue la excepción a la regla: Trump salió disparado del set, sin despedirse de su adversaria). Para muchos, es el fin del debate.
¿Es tan así? Tengo mis dudas.
Los debates siguen siendo relevantes para mucha gente, y especialmente, para lo que Mazzoleni llama los “ciudadanos monitores”. Dice el autor que, entre aquellos ciudadanos informados, que consumen noticias diariamente, que leen religiosamente las columnas de El Líbero, y están al tanto de todo lo que pasa, y entre aquellos que no están ni mínimamente interesados en la política, y que probablemente voten por el candidato que abraza a más cachorros durante la campaña, están estos monitores, que están débilmente interesados en las elecciones, y que buscan compendios o breviarios, para informarse sobre los candidatos y sus propuestas. Para ellos (quizás una mayoría silenciosa) los debates son claves, pues en 90 minutos, cada persona se puede hacer una buena idea de cómo son los candidatos, y cómo podrían gobernar.
Y este debate fue doblemente relevante, por diversas razones, además del hecho de que nunca habían estado en la misma sala los dos, lo que por supuesto le agregaba sabor a la contienda. Para Harris sería una verdadera “prueba de fuego”, ya que logró un excelente impulso o “momentum” tras la retirada de Biden, pero sentía el peso de demostrar si era apenas una “luna de miel”, o si ella tenía el coraje y liderazgo para enfrentarse a Trump. Por otro lado, también sería una dura prueba para el ex Presidente: Trump, con altas expectativas tras su enfrentamiento previo con Biden, no tenía la ventaja de jugar de local esta vez. Además, con nuevas reglas de debate que apagaban los micrófonos para evitar interrupciones, se anticipaba un intercambio más reflexivo, posiblemente favorable para Harris. Y finalmente, como corolario a todo lo anterior, era un debate muy esperado, ya que ninguno llegaba como favorito: las encuestas recientes mostraban un empate o una leve preferencia para Kamala, pero el analista Nate Silver, famoso por su “fórmula Silver” (que además de sondeos electorales suma otros indicadores económicos y de percepción social) había señalado días anteriores que Trump estaba más cerca de la victoria que nunca.
¿Qué hemos sabido en las horas posteriores? Según CNN -medio con un marcado sesgo demócrata- la ganadora del debate fue Harris, lo que no debiera sorprender a nadie. Pero incluso desde el mundo republicano reconocen que fue una mala noche para Trump. No sólo perdió los estribos un par de veces (frente a la calma, el desplante y la ironía de la actual Vicepresidenta), sino que fue incapaz de llegar más allá de MAGA (Make America Great Again), su fuente más leal de apoyos. Y Donald sabe que necesita sumar votos más allá de MAGA para asegurar los 270 votos electorales que requiere para triunfar en noviembre.
No obstante lo anterior, el debate sigue dando que hablar, y en estos días las noticias instalándose son dos: por un lado, la controversia planteada por el ex Presidente sobre el padre de Kamala, un economista supuestamente entusiasta del marxismo; y por otro, el estrepitoso y popular apoyo de Taylor Swift a la candidata de ascendencia afroamericana. Swift es, sin lugar a dudas, el ícono pop más importante del momento, y es evidente que si alguien puede mover la aguja es ella.
Lo anterior nos demuestra que el debate del 10 de septiembre no ha terminado, sino que sigue vivo. Mientras continúen las secuelas, meas culpa e interpretaciones sobre lo que sucedió en aquel estudio de televisión en Philadelphia, no podemos dar por cerrado el episodio. Los candidatos lo entienden y sus equipos también. La pregunta es si la política podrá aguantar esto. (El Líbero)
Roberto Munita