La cultura de dominación, como forma de convivencia humana, ya sea desde predominios de raza, género, orientación sexual, religión, generacional, de castas, o de cualquier otra, mediante elementos de fuerza, posiciones de poder, ventajas económicas, de superioridad laboral, por origen, e incluso intelectual o moral, genera espacios propicios para los abusos e impide una vida armónica en comunidad. Los abusos causan daño y cultivan el resentimiento.
El origen de las dificultades que enfrentamos hoy puede encontrarse en las estructuras sociales de dominación, las que hay que distinguir de aquellos sistemas de organización vinculares, con reglas consensuadas y liderazgos éticos. Si bien siempre existirán posibilidades de que la dominación pueda aflorar, las sociedades deben evitar que esta se constituya en su cultura basal de relaciones humanas, propendiendo a habilitar, en cambio, relaciones de confianza horizontales entre pares, asumiendo al otro como un legítimo ser, con los mismos derechos y oportunidades, independientemente de su origen, condición, situación o pensamiento.
La crisis que vivimos, expresada en demandas sociales, económicas e institucionales, emerge como reacción a prácticas de abuso de dominación. Una visión de desarrollo integral debiera incorporar en las políticas públicas, en las actividades económicas, en la articulación de espacios sociales y territoriales y en la cotidianidad misma, prácticas de convivencia que permitan inhibir espacios proclives a la cultura de dominación, la cual promueve los abusos e inhibe las posibilidades de un desarrollo humano sano, promotor de la integración social. (El Mercurio-Cartas)
Daniel Fernández K.